Una investigación hitchcockiana de la identidad
Una aportación brillante de 'Els claustres', de Víctor García Tur, es el trauma identitario del protagonista de la novela, hijo de exiliados, desarraigado y de una catalanidad vejada y desvanecida


- Víctor García Tur
- Comanegra
- 208 páginas / 18,90 euros
No es la primera vez que Víctor Garcia Tur (Barcelona, 1981) trabaja con materiales hitchcockianos. En Los pájaros (2015), su primera novela, ya hizo variaciones a partir de la película homónima del cineasta inglés, basada en el cuento de Daphne du Maurier. Cogió algunos motivos argumentales, una parte de la galería de personajes, la atmósfera general y la carga simbólica, e hizo una obra propia que, con el original, tanto tenía puntos en común (un cambio inexplicable en el entorno natural provoca angustias y tensiones en el panorama humano) que hacía Turco feles que hacía divergencias especulares (Hitchcock haya en ninguna parte). El mérito de la novela es que era capaz de jugar con la materia prima sin subalternizarse con ella. Hitchcock era el punto de partida, un referente, no un ídolo al que emular o simplemente homenajear.
A Los claustros, Garcia Tur revisita Hitchcock y más o menos repite la operación ya hecha en Los pájaros. Tal y como explica él mismo en la "Nota del autor" que cierra el libro, además de la película Vértigo (basada en la notable novela homónima escrita por el tándem Boileau-Narcejac, ahora en catalán en Viena), otros referentes cinematográficos que ha tenido en cuenta son Mullholand Drive de David Lynch y Las diabólicas de Henri Georges Clouzot. Las tres películas trabajan con los códigos del género criminal, pero deformando la realidad, con una voluntad no realista: Hitchcock es simbólico y casi sobrenatural, Clouzot es truculento y góticamente siniestro, y Lynch es existencial y abstracto. Garcia Tur realiza la misma maniobra deformadora. El recurso que él usa son las drogas en el incipiente contexto de contracultura y psicodelia de Estados Unidos de la década de los 60. Una vaga sensación de paranoia de mal viaje atraviesa el libro de cabo a rabo.
El argumento de'Los claustros, que tiene más divergencias especulares que puntos en común con la película de Hitchcock, arranca con una escena aparentemente alegra e inofensiva. Dos mujeres jóvenes (la idea del doble, así como la duplicidad moral y de intenciones, son centrales en la historia) y Muntadas, un hijo de exiliados catalanes en Francia que llegó a Nueva York para tratar de ganarse la vida, se preparan para tomar LSD y vivir una noche psicotrópica y sensual. Sin embargo, la cosa no funciona y Muntadas, despechado, se va del piso y entra en un bar a tomar una copa. Allí, una desconocida le hace una propuesta indecente: le pagará dinero si él droga a una mujer casada y se la lleva a la cama para que el marido, millonario, pueda tener pruebas de que ella es adúltera y, así, divorciarse de ella.
Un aprovechado de quien quizás se aprovechan
A partir de ahí la novela adopta tonos, ritmos y temas propios del género negro, cuyos códigos y reglas Garcia Tur domina. Como ocurre en la película de Hitchcock, el interés del protagonista por la mujer a la que debe seguir –aquí, manipular y engañar– deriva en una fascinación creciente y, después, en un amor obsesivo. Otros dos elementos hitchcockianos –también frecuentes en los policías del Hollywood de los 40 y 50– con los que juega el autor son el motivo de la esposa que quizás está siendo envenenada por el marido y el personaje del aprovechado de quien quizás se aprovechan, el avispado al que quizás toman el pelo.
Todo en Los claustros gira en torno a la cuestión de la identidad: la identidad psicológica de Maud Thubert, la mujer a la que Muntadas debe engañar y drogar, que no sabemos si es una víctima o una loca u otra cosa, y la identidad personal y nacional-cultural del mismo Muntadas. Es aquí que Garcia Tur hace un aporte brillante. Al laberinto de identidades psicológicas, criminales y simbólicas del material original, un laberinto turbio y traumático, añade el trauma identitario de Muntadas, hijo de exiliados, desarraigado y de una catalanidad vejada y desvanecida. Que la novela culmine al Cloisters, el museo neoyorquino donde se expone, descontextualizado, el claustro del monasterio de Sant Miquel de Cuixà, entre otras piezas medievales arrebatadas de Cataluña, tiene un significado simbólico tan evidente como poderoso.
La prosa con la que Garcia Tur lo vehicula todo es sinuosa pero también dirigida, grácil e inteligente. Tal y como son inteligentes todos los aspectos y detalles de la novela.