

«Bastante poco, en realidad, piden a nuestros muertos»
Piero Calamandrei
Con motivo de los actos oficiales del 80 aniversario de la liberación de los campos nazis, todas las crónicas de este lunes destacaban que, por primera vez, un jefe de estado del reino de España visitaba finalmente el campo de Mauthausen. Donde perecieron 7.000 republicanos bajo la infamia perpetua del nazismo. Que la primera vez haya sido en mayo de 2025 casi lo explica todo y no habría que añadir casi nada más. Y, sin embargo, tampoco el titular es exacto. La hemeroteca no dice exactamente lo mismo. Primera y media vez, primera vuelta y pico, primera y una vez que hizo cerilla, si acaso. Porque habría que añadir que en febrero de 1978, Juan Carlos I acudió y no fue a la vez. De puntillas. Durante una visita oficial a Austria prefirió enviar una mínima delegación al campo, fuera de toda agenda oficial, mientras él visitaba la potente industria de acerías de Linz y se iba a la ópera de Viena. El ministro Marcelino Oreja también se fugó de cualquier visita. La discreta delegación menor estaba integrada por dos personas, un jefe de protocolo y un miembro de la secretaría de la Casa del Rey, que dejaron unas flores en las que se leía:"El Rey de España en los españoles muertos fuera de su patria". Como no decir nada –murieron fuera de casa y eso era todo.
El rigor histórico y la memoria democrática rebatirían aquella cinta de punta a punta. Porque, en todo caso, deberían haber esclarecido, al menos, que hablaban de los "españoles muertos fuera de su patria porque la propia España ordenó enviarlos allí". Se podría añadir también, sin margen de error y con precisión cartesiana, que fueron enviados allí, a las cimas de los horrores y al pozo de todas las deshumanizaciones, por la misma dictadura que designó rey ese rey. Como recordaba siempre Montserrat Roig, fue elcuñadísimoSerrano Suñer quien ordenó el disparo de gracia de la deportación republicana en los campos de la muerte. Cuando el régimen nazi le pidió qué hacía con toda esa gente, les respondió:"No hay españoles fuera de España". Eran "rojos apátridas".Rotspanieren el vocabulario necrófilo del Tercer Reich. Corrandes de exilio de 1962, el primer monumento a los republicanos catalanes y españoles siempre ha sido una obra apátrida hecha por todos los pueblos de la piel de toro: se financió por suscripción popular y se encuentra en un terreno cedido a la zona otorgada al estado francés. Al fin y al cabo, que en la visita real de este domingo se escuchara –inevitablemente y desde el fondo del túnel de la memoria– un educado "Viva la República" ha acabado por llenar el vacío y religarlo todo. Y eso que creo que es la primera vez en la que hay una comitiva rebosante de banderas republicanas rodeando a un rey y sin rastro alguno de ninguna presencia policial. Mauthausen también será esto.Mortuorum sale siscant vivientes.
Balada triste de sumas y restas, también resta, claro, que entre 1978 y 2025 han pasado ya 47 años, en los que la Casa del Rey nunca ha estudiado acudir a ninguna conmemoración oficial en Mauthausen. Antes no habían podido –problemas de agenda durante cinco décadas, ya ven–. No sé si hay algún lugar del mundo que acumule a 7.000 conciudadanos asesinados por motivos políticos y concentre tanto dolor y horror surgidos de la misma Europa. Pero lo cierto es que lo amnésico –al menos, desidia; hilando delgado, olvido más que planificado– no afecta sólo a la realeza borbónica. El suspense en memoria democrática viene de lejos. El primer jefe de gobierno que acudió fue José Luis Rodríguez Zapatero, en el 2005. Pedro Sánchez no ha ido todavía. Y no fue hasta el 2019 –40 años después de la llegada de la pretendida democracia– que se designó el 5 de mayo como día oficial de la deportación. De hecho, hasta entonces, los fallecidos republicanos de Mauthausen –4.427– ni siquiera constaban en el registro civil como difuntos. Fueron a ninguna parte durante 74 años –durante 3.858 semanas, durante 27.000 noches–. Ahora, a toda prisa y tras décadas de lentitud, todo son prisas y nos pedimos urgentemente por tantos porqués de cómo es posible que la extrema derecha campe como campa, que una parte de los jóvenes subestimen vivir bajo dictadura y que el odio inunde las redes. Cincuenta años de olvido y amnesia, de silencio y lenidad, de impunidad y mordaza, me parecen una de las razones más sólidas.
A estas alturas del desaguisado global, supongo que cada gesto cuenta –pero contaría más si no pareciera un gesto vacío o si no supiéramos que la agenda de la realeza también depende del gobierno de turno–. Sea lo que sea, que no lo sé, Felipe VI escribió el domingo en el libro de visitas: "[...] de un modo especial, recordemos a los miles de españoles republicanos que lucharon contra el nazismo y por la libertadContradicho del todo, el tema es tan neurálgico que más allá de esforzarse por el largo silencio o hurgar en cada contradicción, sería capaz de decir que nunca es tarde si la causa es tan digna –la más digna que conozco–. factura. El presidente del Amical de Mauthausen, el bueno de Juan Calvo, lo ha explicado mucho mejor: "Vener aquí es un reconocimiento que aquí estuvieron las víctimas de la deportación, pero lo que falta es una declaración institucional por parte del Estado –no sé si corresponde a la Casa del Rey o al gobierno– de la responsabilidad del estado español, que tiene la responsabilidad del estado español, que desaparecen. El Estado debe pedir disculpas y asumir la responsabilidad por la complicidad que hubo entre el gobierno franquista, el gobierno de Pétain y el régimen nazi".
Mientras esto no ocurre, el pasado sábado tres santapauenses y seis olotenses volvían a volver a casa. Esta vez a través de las Stolpersteine, las piedras que recuerdan los lugares donde nacieron y vivieron las víctimas del nazismo. Apenas hace una semana se ha estrenado en el 3Cat el documental, nacido a iniciativa social,Desde el silencio: los garrochinos en los campos nazis. En Santa Pau, la alcaldesa se pidió por qué un campesino de Santa Pau acabó en Mauthausen –es decir, se hizo todas las preguntas para volver a empezar–. En Olot, el alcalde recurrió a una drástica estadística: si desde mayo de 1945 hubiéramos arrancado un minuto de silencio por cada víctima de la Segunda Guerra Mundial todavía deberíamos estar callados 30 años más. Con el silencio del respeto, no del olvido. Por eso lo importante no es que la monarquía abra boca por los deportados por primera vez en el año 25 del siglo XXI, sino el legado y la semilla de los que dejaron la piel por nosotros, y la tarea infatigable de las entidades de memoria que nunca han desfallecido para resarcir a aquellos que, durante décadas, tuvieron por toda respuesta oficial el silencio, el. Algunos han llegado 50 años después. Para el firmante, ésta es la noticia. Al igual que el Día de Europa que conmemoro, el de la otra Europa, también es para mí el 9 de mayo. Pero no por la Declaración Schumann de 1950, sino porque es la fecha real de la capitulación del nazismo en medio de unas cenizas que siempre humearán, desde dónde pudimos renacer y desde dónde miles de personas han ido construyendo, como reclamaba el superviviente Joaquim Amat-Piniella, la Internacional del Dolor. Es decir, de la esperanza infinita del Nunca Jamás.