

Este martes se firma el Pacto Nacional por la Lengua. Bienvenidas sean las políticas de consenso político y social amplio en favor del catalán, con millones de euros detrás para poder hacerlas realidad. Porque, por poner un ejemplo, no puede que haya miles de residentes recién llegados a Catalunya con interés por aprender catalán y no encuentren una plaza cerca o un horario adecuado.
Un pacto por la lengua tiene un valor real por lo que impulsa y un valor simbólico por lo que pone en el centro.
Todo el mundo, especialmente los firmantes, debe ser consciente de que el pacto no opera en el vacío estéril de un laboratorio. Aparte de los condicionantes descritos, el catalán es una lengua bajo el ataque del estado español, que, incumpliendo los acuerdos escritos y no escritos de la Transición, persigue al catalán en la escuela en todos los territorios de habla catalana, porque el catalán, en vez de ser objeto de especial protección, como dice la Constitución, es objeto de gran persecución, porque continúa y en castellano.
Y todo ello actúa como agente desmovilizador para muchos catalanohablantes que o no quieren más problemas o ya no ven la relación entre catalán, libertad y progreso, como sí la vieron los catalanes de la Transición, y siguen creyendo que el bilingüismo sólo es una opción para los catalanohablantes, y que lo más educado, peor aún, peor aún, desconocidos en castellano siempre, porque los castellanohablantes y expatriados ilustres están exentos, por derecho divino, de conocer la lengua del país en el que viven.