

–¿Quiere enviar algún mensaje, señor presidente?
–¿Cómo lo ha sabido?
–Porque son las cinco de la mañana.
–¿Cómo va la negociación con la UE?
–Lenta. Ya sabe cómo son esos burócratas.
–Si creen que negociaremos a su ritmo están arreglados.
–Entre las manos, señor.
–Pues mire, a sus amigos europeos les acaba de tocar en la rifa un arancel sorpresa del 50%. Con Trump, siempre toca.
–Quizás las bolsas volverán a caer, ahora que se habían recuperado.
–Mejor. Que se jodan y que vayan todo el fin de semana en el rincón de pensar. Ya verá como en el recibimiento que me harán en Bruselas la próxima vez que vaya pondrán más caballos que en el de Arabia Saudí. ¿No debe decirme más?
–Sí, que la prohibición en Harvard de matricular a alumnos extranjeros está acaparando titulares en todo el mundo.
–Los señores sesudos pensaban que como tenían dinero podían pasar sin mis nueve mil millones para la búsqueda y desafiar mis órdenes. Les quiero entrando de rodillas en el Despacho Oval para pedirme que les levante la prohibición de los estudiantes de fuera. Y un doctorado honoris causa.
–Me encargaré personalmente.
–Veo que no me felicita. Hago grandes audiencias con la engarronada al pobre hombre de Sudáfrica, y de paso debo tener acojonados a todos los presidentes sólo de pensar que deben pasar por mi despacho. Y en menos de 24 horas le toco la cara a Harvard ya la Unión Europea. No sé por qué pago un gabinete de prensa si soy el rey de las noticias. ¿Dónde tengo el móvil?