La soledad de los valientes, el gregarismo de los miedosos


Puede parecer que el combate por el respeto a la libertad de pensamiento y expresión es más necesario que nunca. Y, sin embargo, visto con perspectiva, lo ha sido siempre necesario, y es una lucha que no tiene final. Lo digo después de leer Castellio contra Calvin. Conciencia contra violencia, de Stefan Zweig. Más allá del estilo literario y de la extraordinaria documentación, me ha impresionado la rabiosa actualidad de esta obra. Publicada en 1936, este año ha sido oportunamente editada en catalán por La Segunda Periferia con una traducción de Marc Jiménez Buzzi de muy buen leer.
Castellio contra Calvin trata de los gobiernos autoritarios, de las dictaduras que aplastan derechos personales y libertades, y sobre todo de los individuos que se enfrentan a ellos arriesgando la vida. También va de cómo los pueblos ven anulada su voluntad frente a los gobernantes despóticos. Nos suena, ¿verdad? Y lo hace contando la historia de un hombre que resiste en solitario un estado autoritario y el combate incansablemente a favor de la libertad de conciencia y expresión. Zweig explica la lucha de Sebastià Castellio, profesor de teología en Basilea, contra el reformador Joan Calví, el creador de un régimen de terror en Ginebra y que para preservarlo había hecho quemar a Miquel Servet en la hoguera.
Probablemente, la obra de Zweig ya estaba condicionada por su propia actualidad, la del régimen de violencia que azotaba Alemania. Pero ahora es imposible no leer Castellio contra Calvin sin que te vengan a la cabeza los estilos de gobierno de las nuevas extremas derechas y que auguran los que aspiran a ello. Y, aún, también nos recuerda todo tipo de autoritarismos políticos e intelectuales, también de izquierdas –aunque sea medio enmascarados–, con sus intolerancias, censuras y prohibiciones. No se olvide que el propio Calvino había sido primero un crítico radical de la autoridad de la Iglesia católica, pero que acabó creando un régimen aún más autoritario. Todo un clásico de la política.
Una de las muchas formas de arrogancia ideológica y política actuales en las que hace pensar a Zweig son los ajustes de cuentas con el pasado imponiéndole categorías morales anacrónicas que en su tiempo habrían sido incomprensibles. Unos ajustes de cuentas sesgadas que, invocando la reparación de culpas intergeneracionales, más que remediar malos pasados, están al servicio de intereses ideológicos presentes. Se ha referido al profesor de filosofía francés Renaud-Philippe Garner en un artículo en la revista Marianne a raíz de las últimas tensiones diplomáticas entre Francia y Argelia. Garner afirma: "Si los franceses deben pagar por los crímenes de sus antepasados, esto también vale para los argelinos que practicaron la esclavitud". Sí: la reparación de las culpas del pasado, si tiene sentido, no sólo debería ser exigente con una de las partes, sino también con el papel de las otras partes.
La lectura de Castellio contra Calvin puede hacerse en muchas direcciones. Además de la que hace hincapié en el coraje de Sebastià Castellio, la que más me ha interesado es la que denuncia la complicidad popular que consiguen los liderazgos autoritarios y dictatoriales. Y es que, como dice Zweig, "el terror de estado ideado sistemáticamente y ejercido despóticamente, paraliza la voluntad del individuo y disuelve y socava a toda comunidad". Efectivamente, la pregunta que ahora nos hacemos es cómo unos déspotas como Trump, Milei, Meloni, Putin, Netanyahu... tienen suficiente apoyo popular para gobernar. Y, como observa también Zweig, incluso cuando los avalistas de las dictaduras se encuentran en inferioridad numérica, su voluntad sigue uniformemente unida; sin embargo, la voluntad contraria siempre se muestra dividida y no es capaz de formar una fuerza real alternativa. Una constatación imposible de no asociar a la actual división del independentismo frente al minoritario pero consistente intento de subordinarnos, aún más, a España.
Ahora y aquí, es cierto, no se queman herejes en la hoguera, pero sí en las redes. No hay tribunales de la Santa Inquisición pero los hay de la Sacrosanta Patria. Existe un supuesto estado de derecho, pero no se respeta la presunción de inocencia. Existe libertad de expresión, siempre que no sea sospecha de delito de odio o se la condene al ostracismo. Hay unos pocos valientes con riesgo de pasar por los tribunales, y muchos miedosos que encuentran confort y amparo en la seguridad de una sumisión protectora.
Zweig, a partir de un caso histórico de hace cinco siglos, disecciona también nuestro mundo de hoy, con sus autoritarismos y tentaciones dictatoriales, con nuestros silencios y cobardías, con la soledad de los valientes y el gregarismo de los miedosos. ¡Cómo nos retrata!