

En enero de este año el Banco de Sabadell decidía devolver la sede a su ciudad natal, de la que siempre ha llevado su nombre. Pocas semanas después, la Fundación La Caixa y su brazo patrimonial, Criteria, seguían los pasos de la entidad financiera vallesana. La primera valoración que debe hacerse resulta obvia: se trata de una buena noticia, de un paso positivo. Siempre habrá voces contrarias, pero la mayoría de la población aplaude ese tipo de decisiones. Y desea que haya más, en la misma dirección.
A nadie se le escapa que estos retornos tienen más carga simbólica que operativa. Cuando en octubre del 2017 decidieron marcharse, movieron las sedes sociales, pero no las personas ni los centros de decisión. Sin embargo, hay que constatar también un hecho menos conocido: algunos servicios operativos de estas entidades financieras catalanas llevan muchos años en Madrid, por proximidad con el poder político y las entidades que regulan el sector financiero. Muchos años antes del Proceso, servicios relevantes de las entidades financieras catalanas se habían trasladado ya a la capital española.
Si nos situamos en octubre del 2017, momento álgido del proceso soberanista que había cogido rumbo y empuje cinco años antes, a finales del 2012, podemos hacer una constatación relevante: muchos no compartimos la marcha de los dos grandes bancos catalanes, pero lo entendimos. Me explico: en mi doble condición de economista y hombre de gobierno, sé que la estabilidad e incluso la supervivencia de un banco, por grande que sea, puede llegar a ser extremadamente volátil. La combinación de presiones políticas, miedos irracionales y fuertes movimientos de dinero, por ejemplo con intensas retiradas de fondos, pueden enviar un banco al garete. Todos estos factores se dieron entonces: el gobierno central, del PP, apoyado por el PSOE y la intervención de altos poderes del Estado, presionó descaradamente para deslocalizar sus empresariales de Catalunya. El miedo se esparció. Y el propio Estado se encargó de retirar grandes cantidades de recursos depositados en los bancos catalanes. La tormenta perfecta.
Cuando entramos en una entidad financiera, presuponemos que su solidez es inmutable. Nada más lejos de la realidad. Si se dan las condiciones, su fragilidad puede ser muy alta. Fijémonos en dos ejemplos no demasiado lejanos, aunque muy distintos: uno de los grandes bancos españoles, el Popular, se deshizo como un azucarillo; se "vendió" por un euro. Un gigante con pies de barro. El otro ejemplo: un banco andorrano, la BPA, junto a su filial española, el Banco de Madrid, fueron liquidados, víctimas de la operación Catalunya, de forma tan hacha como inmoral.
Entender, pese a no compartir, la salida de los dos bancos catalanes en el 2017 merece algunos comentarios adicionales. Lo primero es que no supone lo mismo mover la sede de un banco que la sede de una fundación sin ánimo de lucro. El banco es volátil, la fundación no. Tampoco es lo mismo trasladar temporalmente la sede de un banco que las sedes de otras empresas o corporaciones, mucho menos expuestas a las presiones y miedos. En este sentido, en octubre de 2017 se mezclaron miedos excesivos y decisiones apresuradas. Y hubo, ciertamente, mucho ruido. Pero a efectos prácticos y operativos, los marcos legales siguieron funcionando con normalidad y eficacia sin alteraciones con efectos reales.
El segundo comentario es que cuando hablamos de salidas de empresas o entidades de un territorio, hay que saber distinguir entre aquellas que desde un punto de vista de arraigo en el país son más neutras, o aquellas otras que deben su existencia precisamente a su pertenencia a un país ya una sociedad. En este sentido, CaixaBanc, la Fundación la Caixa y el Banco de Sabadell deben su existencia al hecho de estar profundamente injertadas en Cataluña. Son producto y resultado del esfuerzo, la imaginación y el talento de mucha gente del país que ha creído y que les ha dado vida. Son hijos de Cataluña.
Como soy un firme defensor del concepto de la libertad, sé que no se puede obligar a nadie que no quiera localizarlo en un lugar u otro. Sin embargo, todavía soy más defensor de lo que podríamos llamar la ética de la libertad. Visto desde este ángulo, hay entidades que tienen más "obligación" de fidelidad a sus raíces que otras, precisamente porque sus raíces son mucho más profundas. Y porque sin la savia que ha circulado por estas raíces no habrían dado los frutos que todavía hoy las hacen frondosas.
Algunos que ahora emprenden su regreso han rodado un poco de mundo, y ahora vuelven al borne. Nos alegramos, les felicitamos por su decisión, sin dejar de recordar que todavía faltan. Y justo cuando tanto se habla de retornos, fuera injusto no acabar recordando a todos aquellos que pudiendo irse, también en uso de su libertad, decidieron quedarse.