

El debate sobre si es necesario, o no, ampliar el aeropuerto de El Prat se ha desarrollado más bien con un cierto simplismo y con posiciones confrontadas y enconadas en función del alineamiento político partidista. Para unos, símbolo de un modelo desarrollista periclitado, y para otros, una condición sine qua non por estar en el mundo y algo demasiado pendientes de asociar crecimiento con bienestar, algo que no tiene una correlación exacta. De hecho, en realidad el tema no es –o al menos no debería ser– el "crecimiento" per se y ligado a aumentar el flujo turístico, sino el alargamiento de una pista que haga posible que puedan aterrizar y levantarse vuelos intercontinentales y no tengamos que ser secundarios en las redes globales de comunicación. Si la apuesta económica es reindustrializadora y de economía del conocimiento, no cabe duda no sólo de las bondades de ello, sino de su imperiosa necesidad por resultar atractivos a la economía global. Ahora bien, aumentar los vuelos a más ciudades chinas o americanas y su frecuencia no implica que quien venga a partir de ahora sean sólo CEOs de grandes compañías, investigadores universitarios o ingenieros dedicados a la IA. Como parece obvio, vendrá todo el mundo que quiera y, por tanto, muchos más turistas, con lo que esto significa de negativo en una ciudad ya absolutamente saturada de visitantes. Soy consciente de que se están realizando acciones desde la Generalitat y desde el Ayuntamiento de Barcelona para reconducir un tema que es complejo, pero que ha acabado por convertir Barcelona en un parque temático inhabitable y no soportable económicamente para sus ciudadanos. Por el camino, también se deja cultura y personalidad, sin entrar en el tema de la insostenibilidad medioambiental del fenómeno en este punto de la película. Como apuesta de desarrollo económico, el turismo resulta penoso: buena parte del gasto acude a compañías aéreas, plataformas tecnológicas y multinacionales hoteleras radicadas en el exterior. De su intensidad de uso de mano de obra poco calificada y mal pagada también podría hablarse. El salario medio en la hostelería que acompaña al sector turístico es de 17.000 euros, mientras que en la industria es de más de 40.000 euros. Precariedad, mucha precariedad y demasiadas externalidades negativas.
¿Es esto motivo para no construir la nueva pista? Soy de los que piensan que debe hacerse. El anuncio de hace unos días del presidente Illa me parece valiente y necesario. En los gobiernos se está ahí para tomar decisiones y no para dejar que los temas complejos se muevan al ritmo milenario de la Iglesia. Quizás no lo tenga fácil para tramitarlo con la mayoría parlamentaria actual, pero está el apoyo de buena parte de la sociedad civil que entiende, lo más precavidamente que sea, que si queríamos estar en primera división, este alargamiento de pista era del todo necesario. Tardaremos tiempo en verlo hecho, los plazos son largos, y el debate político no está cerrado, ni mucho menos. Pero existe la apuesta gubernamental por un proyecto que es lo más respetuoso posible con un entorno natural sobre el que no vale hacer demagogia. Ricarda es un espacio natural creado artificialmente, lo que significa que es válido sustituirlo. Creo que éste resulta un aspecto crucial del proyecto que se ha presentado, y que todavía puede estar sometido a muchas mejoras en su redacción definitiva. Una inversión descomunal, sin duda, que deberá materializarse durante el primer quinquenio de la próxima década. El problema no es técnico, nada tiene que ver con la ingeniería, como tampoco con las balsas del Llobregat afectadas. En cualquier caso, el reto de hacer crecer la capacidad de absorción de vuelos y pasajeros es que genera muchos efectos no deseados y difícilmente llevaderos. El desafío está aquí. En el último año, El Prat recibió 55 millones de pasajeros y, este año, se acercará a los 60 millones. Barcelona ciudad se ha colapsado con 30 millones de visitantes y con casi 100 millones de pernoctaciones en Cataluña. Vamos a un aeropuerto de 80 millones de viajeros por año. Más de un 40% de aumento. Esto, con la dimensión de Barcelona, incluso de Cataluña, es claramente una desmesura. Cifras que en el sector turístico local le hacen vibrar, pero que no tienen ningún sentido como apuesta de país. ¿Justificaría la prudencia en la absorción de visitantes mantener el aeropuerto de El Prat tal y como está? No lo creo. Como dice el dicho, al tirar el agua sucia de la bañera no deberíamos hacerlo también con la criatura que hay dentro. Sin embargo, habría que asumir que el crecimiento ilimitado del turismo, así como del PIB, no resulta posible ni en los sueños más alucinados. ¿Qué modelo de país queremos y haremos?