

El verano ha empezado haciéndonos pasar calor "a lo grande", por decirlo como el vasallo Rutte cuando hablaba de la millonada que nos vamos a gastar en bombas y tanques, y todo gracias a la simpatía de lo único que nos podía poner a todos de acuerdo, el Daddy Trump. Te extorsiona, pero es por tu bien. Y por el de las empresas americanas de armamento, pero esto es lo de menos.
Hemos pasado del Tío Sam al Daddy Trump. Atrás quedaron los tiempos en los que el presidente de Estados Unidos era "el líder del mundo libre". Daddy es el título patriarcal más adecuado para la vulgaridad que ahora se lleva, esa mezcla de Air Force One, reggaeton, botón nuclear, hamburguesa grasa y saludo militar con polo de golf y gorro de MAGA.
Daddy es el nombre perfecto para describir la relación tóxica del mundo con Trump, la de menores de edad entregados a hombres ricos con derecho de muslo, partidarios de la humillación pública, en una época en la que la práctica de la política comunicativa consiste en proyectar fuerza por los mismos medios por los que los compañeros de clase no quieren tener problemas con el acosador y el asedio.
La entrada del calor cuando todavía estamos en junio está siendo aturdida, y contribuye a aumentar la irritación, que también se ha convertido en un elemento permanente del estado de ánimo colectivo. Una irritación por cualquier foco, y con todo el mundo. A falta de vivienda asequible, nos han proporcionado unos espacios digitales de confort para que podamos odiar y nos hagamos la ilusión de que pisamos fuerte defendiendo un espacio que creemos que nos pertenece. Y todo con tres frases hechas que son todo lo contrario de palabras de amor. De cara a los días de abucheo y las noches tórridas, donde no llegue la dignidad, que llegue al menos la contención.