

Vivimos tiempo que, hace poco, no habríamos ni imaginado. Las reglas más básicas de las relaciones internacionales, aquellas tan consolidadas que incluso las habíamos dado por descontadas, parece que han cortocircuitado y amenazan con hacer saltar los plomos de la diplomacia.
El máximo exponente de esta alta tensión global es la revolución arancelaria pregonada por la administración estadounidense. Aunque todavía está por ver si su aplicación efectiva y sus posibles consecuencias llegan a materializarse, conviene no menospreciar su alto voltaje disruptivo, no sólo en el terreno económico y comercial (que también), sino en la ecuación que hasta ahora ha regido el mundo que nos ha tocado vivir. Un equilibrio entre valores e intereses que pese a sus múltiples crisis ha sido el terreno habitual de las relaciones entre países. Hasta ahora.
Hoy todo parece susceptible de ser desguazado o, al menos, cuestionado por algunos. No estamos sólo ante una guerra de aranceles, sino una guerra de modelos cuyas consecuencias pueden llegar a ser muy graves. Desinformación, extremismos, ruptura de consensos básicos como la participación en los organismos multilaterales que han promovido durante décadas el diálogo y la cooperación internacional… Pueden estar en juego nuestra calidad democrática, nuestros valores, nuestro estilo de vida.
Mientras algunos intenten encerrarse cada vez más en sí mismos, debemos transformar esta situación en una oportunidad para abrirnos aún más en Europa y en el mundo y construir nuevas alianzas que nos permitan preservar e incluso exportar nuestro modelo de convivencia, el más garantista, por ejemplo, en la defensa de los derechos humanos. En Cataluña ya hemos empezado a hacerlo, reforzando nuestra mirada hacia Sudamérica o Asia e impulsando proyectos conjuntos con países como Japón, pero eso es sólo el principio. La parálisis no es una opción.
La buena noticia es que no estamos ante un salto al vacío. Como europeos, afrontamos este cambio de ciclo (y quizás de paradigma) con la confianza de estar asegurados por varias líneas de vida, escudos protectores que ya han empezado a desplegarse.
Hay que poner en valor la rápida capacidad de reacción demostrada por la Unión Europea, que, lejos de aceptar los designios dictados al otro lado del Atlántico, se ha plantado y ha forzado un proceso de negociación de tú a tú con la primera potencia mundial, que sabe que también tiene mucho que perder. Termine como termine esta disputa ni deseada ni deseable, ha sido una buena ocasión para recordar y recordarnos que nuestra capacidad de marcar la conversación global depende, también, de la actitud con la que participamos: cuando Europa habla y actúa creyendo en sí misma, el mundo escucha y reacciona.
La Unión Europea se ha puesto las pilas y lo ha hecho no sólo motivada por amenazas ajenas, sino por el firme convencimiento de que debe tomar las riendas y encontrar su lugar en el mundo, con proyectos, posicionamientos y recursos propios. La famosa autonomía estratégica, hasta ahora materia reservada a académicos o think tanks, se ha convertido en una necesidad. Existe, pues, un notable cambio de velocidad.
En nuestro país, también hemos reaccionado con celeridad, con una batería de medidas (planes Bruselas, Cataluña Lidera, Respondemos...) que no sólo buscan paliar los posibles efectos negativos del actual escenario, sino establecer una apuesta de futuro: movilizar recursos y voluntades políticas con el objetivo de construir un país más económicamente dinámico y políticamente influyente en la Unión Europea. del Gobierno, con el presidente Isla a la cabeza, y del conjunto de la ciudadanía de Catalunya es rotundo e innegociable. la presidencia catalana de los Cuatro Motores para Europa son también resultado de esta voluntad de incidencia
Un esfuerzo e implicación por contribuir al máximo en los procesos de construcción europea que está siendo reconocido por las autoridades de la Unión Es una prueba de ello, que esta misma semana –en la que hemos celebrado el Día de Europa en un contexto especialmente significativo–, algunos de ellos del país.
No sólo hemos vuelto a Europa, sino que nos ha vuelto a Catalunya, y nos reconocemos mutuamente como parte de la solución.