Una trabajadora del transporte metropolitano
08/03/2025
3 min

En un mundo cada vez más interconectado, el concepto de inteligencia colectiva ha ganado relevancia, ya sea por su creciente necesidad en la toma de decisiones complejas o por su preocupante ausencia en algunos ámbitos políticos, económicos y sociales. Según el MIT Center for Collective Intelligence, hace referencia a la capacidad de un grupo para resolver problemas y generar conocimiento de forma más eficiente que sus miembros por separado, al igual que sucede con las inteligencias individuales, también puede ser objeto de medida. Los estudios sobre el cociente de inteligencia colectiva (CIQ) han identificado diversas variables que influyen en la capacidad de un grupo para resolver problemas de forma eficiente. Entre estas variables se encuentra el nivel de colaboración y comunicación entre los miembros, la diversidad cognitiva, la sensibilidad social y el grado de inclusión e igualdad en la participación de las personas dentro del grupo. Estos mismos estudios han demostrado que la presencia de mujeres aumenta significativamente el CIQ, puesto que favorece, entre otros, la sensibilidad social y la cooperación, factores clave para una toma de decisiones grupal más eficiente.

La constatación de que la equidad de género no es sólo una cuestión de justicia social, sino también un motor de crecimiento económico, ha desmontado o matizado otros dogmas económicos preexistentes. Estudios recientes como el de Ostry (Gender Diversity and Economic Growth, 2025) contradicen los modelos tradicionales que han asumido que el trabajo masculino y femenino es perfectamente intercambiable en la producción. La evidencia empírica indica lo contrario y, de hecho, cerrar la brecha de género en el empleo podría aumentar el PIB entre un 8 y un 17% en economías avanzadas, además de generar beneficios para los salarios y la competitividad global.

La diversidad en los espacios de trabajo mejora la toma de decisiones y la eficiencia productiva, contribuyendo al crecimiento de la productividad total de los factores (PTF), un indicador clave en economía que mide la eficiencia con la que una economía utiliza sus recursos –como el trabajo y el capital– para generar valor. Cuando el PTF aumenta significa que la economía está generando más output sin incrementar el uso de capital y trabajo, lo que suele indicar avances tecnológicos, mejoras en la organización u otras ganancias de eficiencia que podrían atribuirse a esa inteligencia colectiva en la toma de decisiones. Lo que revela la investigación económica es que los modelos macroeconómicos tradicionales han subestimado este último impacto y han atribuido erróneamente el crecimiento únicamente a los avances tecnológicos.

Hoy asumimos con comodidad que la tecnología supone una extensión de la inteligencia colectiva, en la medida en que amplifica la capacidad de innovación y eficiencia de los grupos de trabajo. De la misma forma, el conocimiento generado nos ayuda a comprender, e incluso a descubrir, que una parte de las mejoras económicas atribuidas a la innovación han sido, en realidad, el resultado de una mayor inclusión femenina en el mercado laboral, un fenómeno que ha sido históricamente ignorado en los análisis de crecimiento. Una invisibilización del papel de la mujer en la economía que, dicho de paso, ha tomado muchas formas a lo largo de la historia: desde el trabajo femenino ignorado durante la Revolución Industrial hasta la carencia de reconocimiento de la economía doméstica y de cuidados. Desde el papel clave de las mujeres en la producción agrícola y en la industria de guerra hasta su exclusión en los períodos de reconstrucción económica posteriores.

La complementariedad en el entorno laboral entre perfiles diversos en cuanto a género –pero también edad, procedencia socioeconómica, cultural o geográfica– se refleja en la forma en que se combinan habilidades, perspectivas y estilos de trabajo para generar mejores resultados. Una sinergia que ha estado históricamente subestimada por los modelos económicos convencionales, que han contribuido a tener una visión incompleta y sesgada del desarrollo económico y social.

El futuro económico no puede construirse sobre modelos anticuados. Para garantizar un crecimiento sostenible y justo, es necesario que las políticas económicas y laborales apuesten decididamente tanto por la equidad de género como por la integración de nuevas tecnologías en el trabajo. Y si bien está claro que la inteligencia colectiva no nace sólo de la diversidad de género, sí se fundamenta en un contexto también económico, pero no sólo, donde personas y tecnología se complementen, en vez de competir. O integramos estos cambios, o no llegaremos.

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