

Roma, 1970. El papa Pablo VI recibe al abad de Montserrat Cassià Just. Días antes, el abad había abierto las puertas del monasterio para que se cerraran unos 300 intelectuales, en protesta por el Proceso de Burgos contra militantes de ETA, entre ellos dos curas. La Iglesia vasca se revuelve contra el juicio militar, que dicta nueve penas de muerte que Franco evitará con un indulto a última hora. Montserrat es fuertemente atacado por la dictadura, y el abad va a buscar la protección de la Santa Sede. Y lo obtiene: Pablo VI le tranquiliza con un "recibe todo el mundo".
Más allá de las reglas de hospitalidad monástica que obligan a acoger al peregrino, y al tratarse de una visita política, pienso en este "recibe todo el mundo" a la hora de valorar la visita del rey Felipe de Borbón a Montserrat, el próximo lunes. Es una visita incómoda para el monasterio, pero el rey de España será recibido, como todo el mundo. El monarca continúa el goteo constante de visitas a nuestro país para proyectar una apariencia de normalidad, e incluso de sintonía popular (como probablemente veremos en Badia del Vallès), pero con la visita del lunes da un salto de calidad, porque cerca de ocho años después del desafortunado discurso del 3 de octubre se ha hecho invitar a la capital espiritual de Cataluña.
El rey sabe que no hemos olvidado aquel "¡A miedo ellos!", que se ha llegado a presentar como el 23-F de su padre Juan Carlos, y que le encaramó a España en la misma medida que le hundió entre buena parte de catalanes. Cuando Obama subió a Montserrat dijimos que, en Catalunya, el expresidente de Estados Unidos no podía estar en mejores manos. Esta visita difícil pedirá un tono, unos gestos.