

El debate sobre el uso del velo islámico me lleva inevitablemente a una contradicción. Creo en los valores que caracterizan a los estados democráticos de la Unión Europea. Para mí uno de esos valores es la libertad. Pero uno igualmente importante es la laicidad. Combinar la defensa de dos valores que a menudo colisionan es el reto que tenemos delante. Y es un reto que ya no es conceptual, sino que nos lleva a la vida cotidiana, porque los cambios demográficos han hecho que, en Catalunya, la diversidad religiosa sea una cuestión que está a pie de calle, y afecta directamente a una parte de nuestros conciudadanos.
Si ponemos el acento en la libertad y la pluralidad, tenemos que respetar y garantizar el derecho al culto, la neutralidad de las instituciones públicas y la libertad de ejercicio de cualquier religión, también en sus formas externas. Nadie podrá prohibir a ningún ciudadano que practique los preceptos siempre que se respeten las normas comunes, los derechos humanos y la seguridad pública. Una laicidad impuesta es contraria a los valores básicos de nuestra comunidad, sobre todo cuando se convierte en la coartada del racismo.
(Paréntesis: este principio de libertad, en un país dual como el nuestro, debería permitir también la doble nacionalidad de la ciudadanía catalana, tal y como proponían Junts pel Sí y la CUP antes de la represión del 2017.)
Pero si ponemos el acento en el laicismo, tenemos que asegurarnos de que ninguna expresión religiosa es utilizada como excusa para imponer actitudes intolerantes, humillantes o incompatibles con el modelo social y cultural en el que vivimos, que es fruto de las conquistas de muchas generaciones, y que queremos compartir con los recién llegados. Esto significa que la libertad religiosa no debería amparar la ablación de clítoris, ni prédicas que inciten a la violencia o al odio, ni los matrimonios concertados, ni la limitación de los derechos de las mujeres, por citar solo algunos ejemplos.
¿Que las chicas vayan a la escuela con el velo es un derecho o una imposición? Estoy seguro de que muchas mujeres musulmanas dirán que es una decisión libre, una forma orgullosa de mostrar su fe, y que no quieren renunciar a ella. Pero todos sabemos hasta qué punto esta "decisión libre" está condicionada por la presión familiar y los siglos de tradición patriarcal, que a pesar del paso de los años sigue vigente entre muchos musulmanes catalanes.
La escritora Najat El Hachmi, que desde que vive en Catalunya ha tenido que sufrir tanto la xenofobia local como el rechazo de una parte de su gente por su decisión de no llevar velo, considera que es necesario prohibir el uso de esta pieza en la escuela para proteger a las chicas del machismo inherente al islam. Y se lamenta de que las izquierdas hayan dejado esa batalla en manos de la extrema derecha oportunista. Estoy de acuerdo, pero admito que me dan miedo las consecuencias. Si abrimos este melón, ¿qué van a exigir después los ultras? ¿Cómo reaccionarán los fundamentalistas? ¿Estaremos más cerca de la cohesión social o nacional, o más lejos? Y bajando al detalle, ¿qué haremos con las gorras, los colgantes gigantes con crucifijos, las camisetas con símbolos políticos...?
Lo mejor sería que fuera el sentido común, y no la imposición, lo que nos acercara al objetivo. Razonamiento y paciencia para crear un nuevo consenso social. Pero seguramente esto es una ingenuidad. Ahora bien: si las izquierdas perdieran el miedo a decir que el velo es producto de una imposición machista –aunque tengan diputadas que libremente lo utilizan–, las mujeres musulmanas que quieren tirar el velo a la basura, para sustraerse de la autoridad del padre, del marido y de los hombres en general, se sentirían quizás más amparadas. Y las medidas más expeditivas podrían plantearse, posteriormente, en un contexto más propicio.