Concentración del ANC contra la visita de Felipe VI a Montserrat, el lunes.
23/06/2025
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Que los símbolos son importantes es una idea que debería tener clara sobre todo el rey de España, que es alguien que, digámoslo así, vive de ser un símbolo. El rey de España es una institución, y su función, su razón de ser, es fundamentalmente simbólica. En concreto y de forma subrayada, el rey –la monarquía– es el símbolo de la unidad de España, y de su indivisibilidad. En una monarquía parlamentaria, que es la forma del estado español, el rey –o la reina, si la ahora princesa Leonor llega a gobernar– literalmente personifica a la nación, que a su vez es el estado, y que tiene como atributos principales que es indisoluble e indivisible. Todo esto consta en el título preliminar, artículo primero, de la Constitución española de 1978.

Sucede que Felipe VI falló en esta su función simbólica, y lo hizo cuando menos podía equivocarse, en el momento de máxima tensión entre Cataluña y España, el 3 de octubre de 2017. El rey de España ya damos por supuesto que no aceptará la secesión de una parte del territorio español, pero lo que no puede hacer de ningún modo —porque también és el jefe del Estado i el jefe de las fuerzas armadas— es dar por buena la represión de los cuerpos policiales contra ciudadanos que expresan una opinión política perfectamente legítima y democrática. Felipe VI hizo exactamente esto el 3 de octubre, lo que le convierte en un rey fallido. Tenía incluso un modelo cercano en el que podía fijarse, que era el comportamiento de la reina de Inglaterra durante el referéndum de independencia de Escocia —e incluso durante el Brexit—, pero prefirió la tradición hispánica del garrotazo y tentetieso. Esto le ha valido el aplauso unánime del nacionalismo españolista (un escritor cortesano dice que el 3 de octubre lo hizo un rey cuajado, sea lo que sea esto) pero le incapacitó para seguir ocupando el espacio de centralidad y consenso que la monarquía española (aceptado incluso por los partidos nacionalistas catalanes y vascos) se había hecho desde Transición en torno a la figura de Juan Carlos I. El resultado, cómo se ha vuelto a ver este lunes, es que Felipe VI y Letizia ya no podrán volver a Catalunya sin tener que oír protestas.

El otro frente de erosión (el peor, de hecho) que sufre el reinado de Felipe VI se relaciona justamente con su padre, y es la corrupción. Un servicio pésimo a la imagen internacional de España. Ahora que las acusaciones de corrupción asfixian también a los socialistas, hacer pasar la agenda de la supuesta normalidad por una visita del rey fallido al monasterio de Montserrat la víspera de San Juan (más carga simbólica no podía haber), y que la cosa acabe con una nueva represión a las protestas, es una idea francamente mala para pasar la verbena.

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