

La ampliación del aeropuerto es mucho más que algo logístico. En todas las importantes inversiones se proyecta una visión del país. Cuando se discutió el trasvase del Ebro, no se hablaba tanto de metros cúbicos como de la sensación de permanente olvido que sufrían las comarcas meridionales del país. Ahora, por mucho que los expertos hablen de largo de pistas o conexiones transoceánicas, el debate nos deja con la desagradable sensación de estar jugando el futuro del país a una sola carta.
Las posiciones favorables o contrarias se han simplificado. Se nos presenta el debate como una pugna entre defensores del turismo al por mayor y partidarios de proteger a una colonia de patos. Las cosas no son así sencillas, sin duda, y estaría bien que unos y otros profundizaran en sus argumentos con más fundamento.
Dicho esto, un servidor no se siente especialmente interpelado por la supervivencia de los patos de Ricarda, pero sí se cree el diagnóstico de la Unión Europea sobre el cambio climático y las medidas que los países miembros se han autoimpuesto para hacerle frente. Y el hecho de que se incumplan sistemáticamente sus compromisos (España es líder de la UE en sanciones por este tema) no justifica que aquí no se hagan las cosas mejor. Sobre todo porque –por ejemplo– favorecer el ferrocarril por delante del transporte aéreo, además de ayudar al planeta, es un paso necesario para encarar un cambio de modelo de país que muchos consideramos inaplazable.
Que el transporte por tren sea un desastre debería hacer pensar a la Generalitat si su prioridad puede seguir siendo la ampliación de El Prat. limpio, que preste mejor servicio a los que viven que a los que nos visitan.
Y hablando de los visitantes, me parece una evidencia de que, aunque El Prat se convierta en un hub intercontinental (lo que muchos expertos ponen en duda), la ampliación aumentará los vuelos low cost y la afluencia masiva de turistas a una ciudad que, literalmente, no puede acoger más. No no –o no sólo– porque los turistas sean una molestia, sino porque la pujanza del sector turístico revienta el mercado de la vivienda, destruye la personalidad de Barcelona y amenaza con convertir a Catalunya en un país irreconocible, de sueldos bajos.
Que Aena, la empresa que gestiona el Prat, tenga previsto un plan millonario para construir un complejo hotelero y residencial en torno al aeropuerto no ayuda a disipar estas dudas. Aena está participada por el Estado (no por la Generalitat) pero cotiza en bolsa y necesita beneficios que el Prat siga salvando su cuenta de resultados. de Aena, aunque Iberia tiene su base en Barajas, donde hace llegar todos sus vuelos de largo radio) Que en un estado que se llama autonómico la gestión aeroportuaria esté centralizada es una anomalía, y convierte la cuestión de El Prat en un problema político.
En resumen, quizás muchos no estaríamos en contra de la ampliación de El Prat si esto no formara parte de unas políticas públicas que parecen orientadas al crecimiento sin freno, a las cifras macroeconómicas que, cuanto mejor fila hacen, menos tienen que ver con la sensación de fatiga, de precariedad y de pesar que muchos catalanes sienten viendo la evolución reciente.