Mentiras e hipocresía de una islamista en el 'Cafè d'idees'

'Café de Ideas'.
05/06/2025
3 min

En este país puedes aparecer en la televisión pública diciendo mentiras y que no pase nada. Najia Lotfi fue invitada en tanto que mujer musulmana en el Cafè d'idees de Gemma Nierga y se erigió en representante de todas las que pertenecen a esta confesión religiosa escondiendo un dato relevante: que ella no solo es creyente, sino que es militante de un partido islamista. Es decir, una formación política que tiene como objetivo final el establecimiento de un estado islámico basado en la sharia. No es que sea simpatizante o que podamos atribuirle cierta afinidad con el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), sino que fue diputada. Con un extraño don de la ubicuidad lo fue justo durante el primer mandato de Ada Colau, y mientras en la cámara marroquí formaba parte de las filas que quieren que la vida de todos los marroquíes esté basada en el Corán, en Barcelona se inventaba una supuesta banca ética y recibía subvenciones del consistorio y no le hacía ascos a aceptar dinero que pagamos infieles como usted y como yo.

Para saber quién es Najia Lotfi hay que saber qué es el PJD, el partido por el que fue diputada: una formación islamista que se opone a cualquier propuesta de igualdad para las mujeres, que se presenta siempre como un peligro que va en contra de los valores familiares de la sociedad marroquí y de la religión. Por lo tanto, cuando Lotfi dice que a las mujeres no se las obliga a nada dentro del islam, miente. La señora no nos explica lo que ocurrió en Marruecos este último año, cuando las organizaciones de derechos humanos, de izquierdas y feministas propusieron una modificación del Código de Familia para avanzar en derechos fundamentales: que su partido estaba en contra. Está en contra de la herencia igualitaria (en Marruecos las mujeres heredan la mitad que los hermanos hombres), de la igualdad en la tutela de los hijos y del reconocimiento del trabajo doméstico realizado por la mujer, y, lo más flagrante de todo, se opusieron a acabar definitivamente con el matrimonio infantil. Es decir, con la pura y simple pederastia legalizada que existe en el islam desde el nacimiento de la religión y que no es un invento de islamófobas malpensadas que tengamos la manía de ir contra la convivencia y la armonía interreligiosa. En la modificación del Código de Familia de 2004, de hecho, el matrimonio de menores quedó prohibido, pero con la posibilidad de que pudiera permitirse en aquellos contextos en los que el juez lo considerase adecuado. En la práctica todavía hay muchos lugares donde las niñas son casadas de forma absolutamente legal. También debe de ser porque quieren, como decía Lotfi; las niñas deben de querer ser víctimas de la pederastia institucionalizada. Abdelilah Benkirane, el secretario general del PJD, considera que una niña puede casarse a partir de la pubertad. O sea que si una niña tiene la regla a los nueve o diez años, ya puede ser "dada".

Pero lo más vergonzoso, la mayor indecencia, cargada de una violencia vomitiva contra las mujeres, fue la afirmación de Najia Lotfi de que las mujeres afganas llevan burka porque quieren. Justo al día siguiente de que la muy ética fundamentalista pronunciara estas palabras en la televisión pública, yo coincidía en una mesa redonda con una joven que huyó del régimen de los talibanes hace nueve meses y que nos contaba, con la voz rota, lo que había supuesto esta dictadura misógina y cómo sus vidas habían cambiado de un día para otro. No somos idiotas, señora Lotfi, y estamos informadas de lo que ocurre en Afganistán, en Irán, en Marruecos, en el Raval, en Vic, en Salt o en Reus, y sabemos que usted no solo no defiende nuestros derechos sino que es la sección femenina de un movimiento de ultraderecha islamista que aquí se presenta como víctima perseguida mientras en la initimidad sueña con el establecimiento de un estado islámico mundial basado en su visión totalitaria de la religión. No, no es nuestra cultura, es su política teocrática misógina y radical basada en nuestro sometimiento perpetuo.

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