

La jugada de Maquiavelo, el concurso de estrategia que TV3 estrenó el lunes, es uno de esos casos en los que es mucho mejor el anuncio promocional que el propio programa. El título ayudaba a crear expectativas. Sin embargo, el resultado final es desconcertante. DesdeEl juego del siglo del señor Davies que no encontrábamos tan enrevesada. Ni asimilas las instrucciones ni entiendes las decisiones. La mecánica expulsa al espectador. whodunnit (quien lo ha hecho) resulta fallida porque te da igual. El planteamiento es un juego colaborativo que combina pruebas físicas y lógicas. Una especie deescape room de grandes dimensiones en la que los concursantes luchan por un objetivo común sabiendo que algunos de ellos han sido designados como saboteadores secretos de la misión. La semana pasada Antena 3 ya estrenó, con algo más de vigor, Traidores, con espíritu de Cluedo y olor de calamar coreano.
Al final de cada episodio eliminan a un participante con el suspenso tramposo de no revelar su nombre. La voz del juego fulmina al candidato "que menos ha acertado", una valoración imprecisa. Todo esto que parece tan trepidante, visto en televisión te importa muy poco. Pierdes el hilo y el interés. La intensidad narrativa recae más en el efectismo visual que en la emoción de los retos. Las pantallas partidas, las cámaras de vigilancia y la cuenta atrás rezuman ínfulas de película de acción. Hay que sumar al misterioso líder que ejerce una vigilancia absoluta de lo que ocurre. Un enmascarado con capucha que es una mezcla de El Profesor de La Casa de Papel y el Frente Man deEl juego del calamar. Un combinado algo forzado que sirve como metáfora panóptica del poder. Desde una sala de control, el individuo misterioso observa múltiples pantallas en las que los concursantes parecen ratones atrapados en un experimento maléfico. Este supuesto Maquiavelo se comunica con los participantes a través de un sistema de megafonía, en un cuidado trabajo de sonido que se acaba haciendo pesado. Su voz resulta muy poco siniestra en este contexto pretendidamente inquietante. Los concursos que parten de un casting de selección de roles resultan algo impostados. Sobre todo si entre los participantes descubres a una de las pescaderas del anuncio de hipotecas del Banco de Sabadell, la que tiene las cocochas de merluza a sesenta euros el kilo. La credibilidad del formato chirría en los detalles y la teatralidad sobreactuada. Acabas teniendo la sensación de que la acción no es espontánea. El concurso, de los propios creadores de La travesía, está muy inducido y guionado, con declaraciones de los concursantes que parecen interpretadas. A medida que avanza, el programa parece, por acumulación, una farsa, una puesta en escena, una recreación supereditada para fingir que compiten. Quizá por eso incluyen, en los créditos que cierran el programa, la intervención de un psicólogo. Ya lo decía Maquiavelo: "El fin justifica los medios".