'Giulio Cesare' en el Liceu: poder y sexualidad, entre historicismo y modernidad operística

Proclive a las lecturas más extremas de las óperas clásicas y contemporáneas, Calixto Bieito presentó en 2023 su espectáculo sobre Giulio Cesare de Händel en Amsterdam, y ahora llega al Liceu esta obra maestra del músico barroco.

Con dramaturgia de Bettina Auer, la producción pivota en torno a las relaciones entre sexo y poder inherentes al libreto de Nicola Francesco Haym. Bieito sigue fiel a algunos códigos propios de su poética escénica, incluso a autocitas como los inodoros dorados que aparecen en el corazón final y que recuerdan a los de aquel ya lejano Baile en maschera estrenado en el Liceu en el 2000. Pero si el montaje de la ópera de Verdi resultaba genial pese a la controversia, el de Giulio Cesare es muy desigual: las ideas de base se disuelven en su resolución escénica (sobre todo en la segunda parte) y algunos recursos no acaban de estar ni justificados ni explicados e incluso llegan a naufragar sin remedio. Y no ayuda ni la escenografía metálica de Rebecca Ringst, ni el vestuario de Ingo Kruegler ni, menos aún, la errática iluminación de Michael Bauer.

El historicismo se encarnó en un foso ocupado por una Orquesta Sinfónica del Liceu reconfigurada como orquesta barroca (cuerdas de tripa, metales sin pistones, diapasón a 415 Hz...), aunque integrada por muchos músicos invitados y que no forman parte de la plantilla original. William Christie exigió aquellos criterios, de acuerdo a su concepción "filológica" de las obras que dirige con conocimiento de causa. El resultado pivota entre la originalidad, el rigor y la flexibilidad, con soluciones imaginativas y que dinamizan una partitura que resulta fresca gracias a la dirección del director estadounidense nacionalizado francés. Cierto que puede acusarse un exceso de lentitud en algunos números, pero esto es propio de muchas de las interpretaciones de Christie. Por el contrario, el acompañamiento es modélico en cuanto al detallismo y la forma de llevar las voces. E individualmente hay intervenciones brillantes, especialmente en las arias con obligados como Va tacito y nascosto (trompa) o Se in fiorito ameno prato (violín). Lástima del estruendo de las trompas en la Sinfonía II del final del tercer acto... un accidente que en ningún caso estropeó el resultado global de la función musicalmente.

Vocalmente, éste Giulio Cesare presenta muchos (demasiado) altibajos. Empezando por un Xavier Sabata al que seguramente el cambio de diapasón no le favorece, porque el bajón en la zona grave le obliga a cambiar el color ya reducir la proyección. También sufrió algunos problemas (básicamente de afinación) Teresa Iervolino en la piel de una Cornelia demasiado desdibujada por el trazo de Bieito, aunque mejoró su prestación a partir del segundo acto. Quien fue de más a menos fue el Sesto de Helen Charlston, con sonidos engullados y vulgares en la última aria del personaje, La giustizia ha già sull'arco. Correcto el Tolomeo de Cameron Shahbazi, al que faltó incisividad y mala leche al servicio del rey egipcio, y muy justo el Nireno de Alberto Miguélez Rouco, difícilmente audible y al que se le hizo cantar el aria, mientras que a Cleopatra se le escatimó la bellísima Tú mi stella sei. Una reina, por cierto, coronada con la espléndida voz de Julie Fuchs, extraordinaria como cantante y actriz, con dominio de la pirotecnia vocal y del terreno escénico. Sin duda, la mejor de la función junto al siempre grandioso José Antonio López, de quien tan sólo cabe lamentar que el rol de Achilla no sea más largo.