Una bandera estadounidense tras una alambrada de hierro en una imagen de archivo.
15/05/2025
3 min

Recibo el correo cuando ya estoy en Colombia, en la Feria del Libro de Bogotá. En un par de días despego desde allí hacia Nueva York para asistir al World Voices Festival, el festival literario internacional de la ciudad. El PEN International, el organizador del evento, es el remitente del mail. Adjunto, hay un documento llamado "Viajar a Estados Unidos". Lo abro en el recibidor del hotel. Encabezándolo, en negrita, dice: "Por favor, sepa que esta información no debe ser entendida como un consejo legal".

A continuación, el documento enumera las recomendaciones de la organización para facilitar cruzar la frontera: borrar WhatsApp, Signal y aplicaciones de mensajería instantánea del teléfono móvil; "higienizar" las redes sociales si has sido crítico con la administración Trump, Estados Unidos o Israel (advierten de que, pese a borrar posts y tuits, no se garantiza que ellos no los encuentren); poner tú mismo la contraseña del móvil y no dictarla en caso de que te pidan entrar en tu teléfono; preparar comida y agua por si terminas siendo detenido; compartir los detalles del vuelo con un contacto de emergencia y con la propia organización (si dos horas después de aterrizar el PEN no sabe nada de ti, localizará a tu contacto de emergencia para informarlo de la situación). Y el último: si te detienen, solo podrás hacer una llamada. "Antes que nadie, llama a tu abogado". Levanto la vista del móvil, miro el hall del hotel: ¿qué abogado?

Horas más tarde, cenando con autores, comentamos la jugada. Una novelista colombiana con la que compartiré diálogo en el festival de Nueva York dice que no llevará el ordenador y se borrará todos los contenidos del teléfono. Ella me cuenta que una escritora mexicana que viene desde París ya le ha pedido a su agente contactos de abogados especializados en controles migratorios. ¿Qué tengo que hacer? Pienso, y me da cosa pensarlo, que si no volara desde Colombia lo tendría más fácil. Ensayo en silencio lo que les diré, si me interrogan: ¿es buena idea explicarles que soy escritor o es mejor inventarme que vengo por temas del doctorado? Me miro desde fuera y me doy un poco de lástima, ridículo: ¿cuándo habría pensado, este chico blanco europeo, que sufriría para entrar en Estados Unidos?

En Cruel optimism, Lauren Berlant escribió hace un montón de años que las estructuras de estado (y, entre ellas, las políticas migratorias) trastocan los sueños de bienestar incluso de las personas privilegiadas. Ahora soy un chico blanco europeo que ve frustradas sus aspiraciones de movilidad. Mi pasaporte no me da nada por sentado. "Estar en crisis no es tener el privilegio de lo que se da por sentado –escribe Berlant–, es soportar una carga de vulnerabilidad durante un tiempo indeterminado". ¿Y si esa carga de vulnerabilidad me ha llegado también a mí?

Al volver a Barcelona del viaje a Nueva York, relleno el formulario para pedir el visado que exige desde hace poco tiempo Reino Unido. Un nuevo muro. En un par de semanas vuelvo ahí para una residencia de escritura. En un momento del formulario, aparece la pregunta: "¿Has recibido alguna vez una condena penal?" Y añaden, en letra pequeña: "No hace falta que hagas constar las condenas por actividades que son legales en Reino Unido, como, por ejemplo, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo". No sé si agradecer la aclaración. Dudo de si es una aclaración o una amenaza, como si dijeran que todavía no es necesario hacer constar esta información. Todavía. Como cuando, antes del 16 de abril y de la sentencia del Tribunal Supremo, las personas trans todavía tenían derechos en Reino Unido.

Ya no es que la vulnerabilidad de la que habla Berlant regrese en tiempos de crisis para todos (o, mejor dicho, para muchos que no creían estar tocados por la fragilidad de tiempos inciertos), es que cada batalla ganada en el pasado se convierte ahora, como nosotros, en vulnerable, inerme y débil. Primero fueron a buscar a los comunistas, después a los socialdemócratas, luego a los sindicalistas, después a los judíos, escribía Martin Niemöller, y cuando vinieron a buscarte a ti, ya no quedaba nadie para defenderte. Y cuando vengan a buscarme a mí, a ti, ¿quién quedará entonces para defendernos?

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