

1. Hoy quería hablar de los méritos de Hansi Flick, que ha ganado todas las finales que ha disputado como entrenador y, solo en el Barça, ya lleva dos y contra el Real Madrid. O de Pau Cubarsí, el único defensa del mundo que aguanta el uno contra uno a Vinícius, Mbappé o Bellingham y les quita el balón limpio, con una elegancia poética. O de Lamine Yamal, un genio tan joven y tan descarado que tanto regala dos goles en una final como se tiñe con una especie de fideos Yatekomo que no pasan desapercibidos (y que es la envidia de quienes no invertimos en champú). O de Ferran Torres, el jugador que hace tres meses sacaba agua y barro de Paiporta, con la necesaria discreción de una solidaridad sin trompetería, y que el sábado fue elegido el mejor jugador de un partido que pasará a la historia. La final de Sevilla fue un monumento al fútbol espectáculo. Jugaban los dos mejores equipos del mundo y ganó el mejor, en el último chut.
2. Pero el partido se enrareció tantísimo, antes y después de jugarlo, que prefiero hablar del Real Madrid. Por una vez he entendido, y he estado cerca de comprar, lo que he oído decir a tantos culés: "Prefiero que pierda el Madrid a que gane el Barça". En La Cartuja pasaron las dos cosas cuando menos daba la sensación de que se podía repetir este fenómeno tan sumamente placentero. El final del partido, con Rüdiger expulsado por lanzar una botella al árbitro antes de ser retenido entre cuatro compañeros, con roja a Lucas Vázquez por invadir el campo por protestar una falta evidente de Mbappé, con la expulsión también de Bellingham por dirigirse al árbitro con actitud agresiva, fue un show triste. Y no expulsaron también a Vinícius porque no vieron que fue el primero en lanzar un objeto y, como hace tantas veces, esconder la mano. Ese Madrid no sabe perder. Pero es que hace cuatro días demostró que tampoco sabe ganar.
3. En la Champions, tras eliminar al Atlético en una tanda de penaltis con ese favor arbitral escandaloso, algunos de esos mismos jugadores se encararon a la afición colchonera. Rüdiger les hizo el gesto de degollarlos, Mbappé se cogió el nabo para que se lo comieran, Vinícius les enseñaba el logotipo de las 15 Copas de Europa... ¿Seguimos? El estado de crispación de este equipo es un síntoma claro de la decadencia. El modelo de Florentino Pérez, exitoso por el alud de Copas de Europa, se resquebraja si no gana. El personaje, tan adulado acríticamente, ya chochea. Y, con sus rabietas de niño consentido, lleva a su club a situaciones esperpénticas. Hacer el boicot en la gala del Balón de Oro y frenar la salida del avión de la expedición blanca porque el jurado prefirió a Rodrigo del City por delante de Vinícius fue un aviso de la falta de deportividad. La forma en la que, desde hace años, utiliza la televisión oficial del club para asustar/coaccionar/intimidar a árbitros de forma preventiva, o a posterioridad, roza el delito. Cuando el periodismo pagado toma esta deriva, y va más allá incluso de la propaganda, se convierte en una práctica de tendencias mafiosas. La amenaza de no jugar la final si no les cambiaban el árbitro o la ausencia de Ancelotti en la rueda de prensa previa ensucian la blancura de un Madrid nada señor.
4. ¿Y el árbitro? Ricardo de Burgos Bengoetxea salió al campo emocionalmente desconcertado y lo disimuló como pudo. También es raro que los árbitros, que nunca hablan, concedieran una rueda de prensa en la víspera en la que las lágrimas del colegiado dieron la vuelta al mundo. Cuando a tu hijo, en la escuela, le dicen que su padre "es un ladrón", todo se tambalea. Y tiene razón. No lo es. Sencillamente es malo. En el partido pitó tres penaltis y ninguno de los tres lo era. Y los que sí les hicieron a Cubarsí o Ferran, ni él ni el VAR los vieron. El Madrid ya había hecho su trabajo. Pero no les bastó.