

1. Las manías imperialistas de Vladimir Putin no se detienen. Por ahora, nadie para los pies a un autócrata que debería ser detenido y juzgado por el Tribunal Penal Internacional. Por el contrario, Putin hace nuevos e inesperados amigos. El sorprendente entendimiento con el nuevo presidente de Estados Unidos ha cogido a todo el mundo a contrapié. Donald Trump, el mismo milhombres que amenaza con matar a todos los ciudadanos de Gaza, humilla a Zelenski en la Casa Blanca, vacía la OTAN de contenido y advierte a Europa de que se espabile sola. Si quiere defenderse, de quien sea, que no cuente con Estados Unidos. Nadie previó para 2025 este drama planetario. La reacción de Bruselas, frente a esta pinza Trump-Putin, ha sido rápida. En los próximos cuatro años y según anunció Ursula von der Leyen, la UE invertirá otros 800.000 millones de euros en defensa. Ha ganado el miedo. Ganarán mucho los fabricantes de armas. Y ha perdido la democracia. ¿La razón? Ya hace tiempo que jugó al escondite y no hay quien la encuentre.
2. De repente, cuando el bienestar europeo se fundamentaba en tres patas sociales como la salud, la educación y la cultura, el rearme vuelve a ser la prioridad. Por si acaso, más misiles, más aviones y más armas que garanticen la destrucción mutua asegurada. Volvemos a las dinámicas de la Guerra Fría. Nos compramos armas nuevas, tan sólo, para que nuestro potente arsenal disuada al enemigo de atacarnos. Es, en definitiva, el viejo chiste del dentista. El de aquel paciente que, atemorizado como está, tumbado en el sillón con la boca abierta y sintiendo de cerca el escalofrío de la muela, coge al dentista por los huevos y sólo le hace una pregunta: "¿Verdad que no nos haremos daño, doctor?" Estamos allí mismo. Armándonos hasta los dientes para que ni Putin, ni nadie, tenga ganas de resquebrajar la tranquilidad europea. Es de primero de geopolítica: la espiral del miedo ha sido y sigue siendo una garantía de facturación para la industria del armamento. El consuelo, dicen, es que la economía crecerá gracias a ese plan aprobado a cocida corrientes por Europa en una cumbre de urgencia.
3. Pedro Sánchez, que no quiere quedar en segundo plano en las fotos de grupo, lanza un plan insólito para que España invierta 50.000 millones en la compra de tanques, submarinos, fragatas y aviones. De trenes no se habla porque, como se está demostrando en la última semana –y en la última década– ni Renfe ni Adif sabrían cómo hacerlos funcionar. El caos ferroviario en Cataluña parece hecho expresamente. Es un bullying de Estado. Con una décima parte de lo que gastará ahora España en rearmarse, nuestros trenes podrían funcionar con puntualidad Suiza y con eficacia nipona. Los recursos, para según qué, salen de debajo de las piedras y, para según qué otras cosas, ni siquiera se cumplen las inversiones presupuestadas. "Nos va la vida", dijo Pedro Sánchez para hablar de la amenaza rusa, casi con los mismos términos de gravedad que empleaba hace cinco años para hablar del coronavirus. También nos iba la vida, y entonces era verdad.
4. Félix Bolaños, el ministro con tres carteras, sostiene que "invertir en defensa es invertir en democracia". Es una manera de mirárselo. Al menos, de justificar la penúltima indecencia moral. Porque invertir en defensa es, también, menospreciar la diplomacia, alimentar miedos, fomentar odios y fumar una coza en la cultura de la paz. De repente, este apoyo explícito a Zelenski y esta morterada en invertir en armas como nunca se había hecho desde la Segunda Guerra Mundial, no es más que un nuevo ejercicio de hipocresía europea. Para intentar quedar bien de cara a la galería. O peor aún, quizá sea una manera de apaciguar los remordimientos de conciencia por no haber hecho lo suficiente por Ucrania, ni para acabar la guerra durante los últimos tres años.