

Aún podemos recordar el tiempo en que el analfabetismo no era raro y el acceso a la universidad, un privilegio. Hoy, el nivel educativo global ha mejorado mucho, pero esto no significa que sea lo que necesita nuestra sociedad para avanzar. Las comparativas internacionales son preocupantes, pero las evidencias internas también lo son, o más. De nada servirá impulsar políticas económicas si no se refuerza y mejora el sistema educativo.
Nos encontramos ante un problema profundo, que no se puede simplificar ni resolver con un paquete de medidas inmediatas. Es fruto de décadas y requerirá tiempo y esfuerzo constante para enderezarlo. Me cojo a una de las manifestaciones para estirar el hilo: más del 40% de los aspirantes suspenden las pruebas de aptitud por ser maestro, las PAP (ARA, 14/05/2024). Y así ha sido en las 8 ediciones: globalmente, un 40% las han suspendido. Las pruebas son muy elementales (compruébelo: entra en el buscador "exámenes PAP") y una proporción tan elevada y sostenida de suspensos hace preocupar por el nivel de los aspirantes a maestro, pero sobre todo, por el de algunos de los maestros formados años atrás, cuando estas pruebas no eran obligatorias. Estamos frente a un círculo vicioso que no se puede romper sólo por un punto. Es necesario atacarlo en todos los ámbitos implicados. En la universidad, debe incrementarse el nivel de exigencia tanto en la acreditación del profesorado como en los grados de educación, reintroduciendo materias obligatorias con contenido científico y humanístico. La consejería responsable de educación debe incentivar un desarrollo profesional que reconozca la calidad y el impacto. Los centros educativos deberían reducir el fraccionamiento del conocimiento y poner mayor énfasis en la eliminación de los déficits que las PAP ponen en evidencia, muy particularmente en la prueba de lógica y matemática.