

Jueves por la noche, después del Polonia, TV3 estrenaba Elige una carta, el nuevo programa de magia a cargo del ilusionista Pere Rafart. Un rótulo inicial advertía al espectador: "En este programa no vamos a utilizar trucos de cámara ni público conchorchado". El comunicado se agradece, porque el arte debe tener su propia ética. Pero también parecía una sutil indirecta a algún otro programa de magia emitido en la misma cadena y dejaba claro que, en ocasiones, la espectacularidad de un truco no depende sólo del talento del mago. Bien jugado.
El programa arrancaba en El Rey de la Magia, una de las tiendas más emblemáticas del país y la más antigua del sector. De hecho, los dos protagonistas del espacio son quienes la regentan. Pere Rafart va siempre acompañado de su cómplice y partenaire Pau Martínez, que también le hace de chófer. Elige una carta no tiene trucos de cámara ni público conchorchado pero sí que tiene comedieta tronada. Nada más empezar, el ilusionista entraba en la tienda y fingía tener la sorpresa de encontrar las cámaras de televisión dentro. Simulaban un zumbón de su colega porque, así, el programa serviría para entrenarse para el mundial de magia y podría recibir el consejo de todo tipo de expertos. Como es habitual, el teatrillo y tanta justificación de la narrativa es un desastre. El espectador lo ve como una actuación inverosímil y la comedia ralentiza el ritmo y obliga a explicar cada desplazamiento. Además, esta idea de aconsejar al protagonista va en contra de su prestigio: en vez de decirle al espectador que está viendo a uno de los mejores ilusionistas del país estás transmitiendo la idea de que estás ante un aprendiz que necesita ser asesorado por lo primero que encuentra para salir adelante. Es cierto que Rafart busca más ese talante cercano, humilde y de coñita casera, al estilo Màgic Andreu, que la arrogancia sofisticada del Mago Pop. Pero en televisión, la estrella no sólo debe serlo sino que también debe parecerlo. La ruta por Catalunya en furgoneta sin mucho sentido ni lógica parece ser la excusa para vender el programa a TV3 y cumplir con el territorio. Los chistes son malos. Asume el repertorio de famosos locales de turno, típicos y tópicos, de la cadena. La realización no acaba de saber enseñar con pulcritud la magia de cerca. Aunque la forma de mostrar la magia es honesta, hay trucos donde el espectador es quien lo ve peor, por ejemplo con la firma en la pequeña bala de cañón. Tienes que creerlo, sí, pero no te lo enseñan. Y eso que el programa juega a potenciar esa idea de transparencia, exhibiendo las cámaras y el equipo de rodaje durante su emisión. Por otra parte, o la sonorización no acaba de ser óptima o, a menudo, a Pere Rafart no se le entiende. O habla demasiado deprisa o no vocaliza. El programa tiene buenas intenciones, pero es pesado. Hay demasiadas transiciones arriba y abajo, mucha palabrería y poca magia. La capacidad del espectador para ilusionarse en este tipo de formatos funciona por acumulación e intensidad, y Elige una carta no sostiene la capacidad del espectador de maravillarse.