

El inicio del cónclave ha arrastrado a los programas a un nivel de concreción sobre los procedimientos francamente excesivo. Estamos más informados de las minucias para votar a un papa que de las dinámicas del sistema electoral de la democracia. Los supuestos expertos –porque los vaticanólogos salen de debajo de las piedras– nos describen incluso cómo se actuaría en las eventualidades más inauditas. Las teorías a menudo son contradictorias entre los sabios de la misma mesa o entre las distintas cadenas. Es la prueba de que el cónclave se ha convertido en un parque temático de la extravagancia litúrgica de la Iglesia. La puesta en escena televisiva lo demuestra. En el Tot es mou, mientras Helena Garcia Melero consultaba a los especialistas de la mesa, ponían música religiosa de fondo. Un coro de voces blancas celestial para elevar la espiritualidad de la audiencia. En Espejo público recrearon el interior de la Capilla Sixtina con un añadido hilarante. Susanna Griso y su copresentador se colocaron dentro de la imagen, en el interior de la tribuna papal, y desde el balconcito ficticio iban comentando las dinámicas de la votación. Minutos después, en el plató, hicieron un mosaico de todos los cardenales en la pantalla de detrás del sofá de los colaboradores. Más que un cónclave parecía el inicio de un talent show en el que se iría eliminando a los participantes.
En El programa de Ana Rosa, en Telecinco, propusieron el mismo sistema de recreación digital de la Capilla Sixtina y uno de los redactores explicaba la instalación y funcionamiento de las estufas que quemarán las papeletas para generar el humo del veredicto. El planteamiento era de fantasía, porque con la voluntad de entrar en los detalles de la producción de humo, las estufas subían y bajaban como un ascensor, se escondían bajo tierra y emergía una chimenea de dentro de la propia Capilla Sixtina. La necesidad de precisar el sistema de tinción del humo llevaba al presentador a revelar a la audiencia cada uno de los elementos que entraban en juego para provocar una reacción química de la que resultara un humo blanco o un humo negro. Diligente, el redactor aclaraba a los espectadores: "Clorato de potasio, lactosa, colofonía..." Y después añadía: "Perclorato de potasio, antraceno, azufre..." Como si la gente, desde casa, fueran científicos expertos que pudieran valorar con criterio la mezcla. Después, Ana Rosa Quintana consultaba los requisitos gastronómicos. Explicaban, por ejemplo, que no se podía comer pollo, pasteles o panecillos porque están prohibidos los alimentos en cuyo interior se podría colocar información. "¿Y cuando tienen que hacer pipí?", preguntaba la presentadora, preocupada. "Unas letrinas sí que habrá...", la tranquilizaba su colega.
El cónclave se está tratando como un reality celestial, y la especulación inútil, las quinielas, las anécdotas y los detalles más intranscendentes lo convierten en una frivolidad para romper las dinámicas de la rutina informativa más terrenal.