Geopolítica

Pol Morillas: "Europa debe decidir ya si quiere convertirse en una gran potencia"

Director del Cidob y autor del ensayo 'En el patio de los mayores: Europa frente a un mundo hostil'

30/06/2025
5 min

BarcelonaEn la portada del libro En el patio de los mayores: Europa frente a un mundo hostil (La Campana), hay dibujados un lobo con cara hambrienta y una oveja que lo mira de reojo. Es un buen reflejo del dilema geopolítico, y también existencial, que se le presenta en Europa ahora que el paisaje global ha girado hacia la agresividad y la competición. ¿Qué quiere ser Europa? ¿Es posible alcanzar la Europa potencia en un mundo en el que vuelve a predominar la ley del más fuerte? ¿Es éste el camino para garantizar el futuro de la Unión Europea? Pol Morillas (Barcelona, ​​1982), politólogo, director de CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) y una de las voces más autorizadas para analizar la geopolítica europea, lo analiza en este ensayo vital para entender hacia dónde vamos.

Empieza el libro citando a Tucídides: "Los fuertes hacen lo que quieren y los débiles lo aceptan".

— Volvemos a vivir en un mundo que se rige por la ley del más fuerte. Las dinámicas de cooperación internacional se han debilitado y lo que ahora predomina es la lucha entre grandes potencias por el poder global. La idea originaria de la Unión Europea, vinculada al fomento de la cooperación en tiempo de paz, parece que ya no encaja. La UE nunca había estado pensada para ser un poder internacional, era un proyecto de integración interna entre los Estados miembros, sin mucha vocación hacia el exterior. Por eso ahora Europa se encuentra en un momento importantísimo, de definición fundacional: debe decidir si quiere ser una potencia fuerte, si quiere entrar en el patio de los mayores, para poder resistir ante ese paisaje en el que la inestabilidad es y será inherente.

¿Qué se necesita para entrar en el patio de los mayores?

— En el caso de Europa, dos cosas a la vez. Por un lado, que su poder no esté fragmentado. Si miramos las capacidades propias de la UE en su conjunto, desde la economía hasta el comercio, estaríamos en predisposición a ser un poder internacional como tantos otros. El problema está en que todos estos poderes están fragmentados porque impera la lógica individualista entre los socios. Por tanto, se necesita voluntad política de todos los líderes para apostar por reforzar el poder europeo, el conjunto, y no obsesionarse en el poder nacional. Y, por otra parte, si Europa quiere ser potencia internacional, debe utilizar todos los elementos del poder. Y aquí tenemos un problema porque, como se ha demostrado, la UE basó su proyecto en la voluntad de tejer interdependencias y cooperaciones. Y como el viento de la globalización soplaba a favor, posiblemente confió demasiado en las dinámicas de dependencia con otros actores: la energía, con Rusia; la seguridad, con Estados Unidos; el comercio, en gran medida, con China... Ahora se ha visto que las interdependencias han pasado a ser vulnerabilidades, y que Europa debe trabajar para conseguir la famosa autonomía estratégica.

Y esto incluye a la defensa. ¿Es el punto más importante para ser una gran potencia?

— Es el punto que se ha revalorizado más. Todos sabemos que la defensa, la seguridad europea, es altamente dependiente de los Estados Unidos: directamente a través de la OTAN. Washington, sino que también nos dice que quizás algún día nos considera rivales. Por tanto, es evidente que, si Europa quiere estar en el patio de los mayores, necesita garantizarse autonomía en el ámbito militar.

¿Entonces hay que cortar con Estados Unidos?

— Precisamente, en la UE existe división al respecto. Hay una corriente que dice que todavía es demasiado pronto para que nos independicemos de Washington y que hay que llevarnos bien, incluso con Trump. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, es el ejemplo más gráfico de Europa que opta por alabar todavía a Estados Unidos y lidiar como sea posible con el actual gobierno, que no estará para siempre. La otra corriente es la que dicen que no, que Trump es la muestra más evidente de que es necesario un cambio y que este cambio debe ser decidido y estructural hacia una Europa con sus propias recetas. Esta corriente piensa que, aun sin Trump, Washington deja de ser un socio fiable, porque los intereses y el punto de gravedad del mundo están cambiando.

Quiero pensar que Europa es todavía referente en muchas cosas.

— Evidentemente. De hecho, si Europa quiere ser potencia, debe serlo fomentando lo que es y ha sido siempre: un elemento de cooperación y de buen entendimiento entre los países. Aunque ahora no esté a la orden del día, a nivel internacional tenemos tantas crisis que requieren cooperación que se necesitará algún actor que la promueva y que haga del entendimiento entre países su razón de ser en el mundo. Y el único actor que puede hacerlo ahora, y con suficiente convencimiento, es Europa.

¿Cómo valora, pues, que Europa esté alejada de la mesa de negociación sobre Ucrania?

— Es lo que hablábamos antes: un mundo que se rige por la ley del más fuerte. Putin y Trump hablan este lenguaje y entienden que esta guerra deben solucionarla a su manera, obviando incluso Volodímir Zelenski. De Europa creen que es el típico socio que molesta, porque habla un lenguaje diferente y, además, consideran que no tiene capacidades de imponer su visión ni tiene herramientas para hacerlo. Fíjate que tanto Putin como Trump, que coinciden en muchos aspectos, también convergen en demostrar un acentuado euroescepticismo, que busca atacar esta idea de una Europa fuerte. Putin lo ha demostrado recurrentemente, dando impulso a fuerzas antieuropeas. Y Trump personifica el discurso estadounidense que busca cierta revancha de Europa, y que quiere dejar atrás ese orden internacional en el que Europa, y el multilateralismo, tienen cierta preeminencia.

Putin es uno de los nombres propios que más aparece en su libro.

— Putin es la representación más viva de la amenaza para las sociedades europeas. Putin es el ejemplo de un líder que puede actuar saltándose todas las reglas de juego, incluso utilizando la fuerza bruta. Desde aquí nos cuesta un poco entenderlo, pero si viajas a países que hacen frontera, o casi con Rusia, la percepción de amenaza se multiplica. Pero hay que tener en cuenta algo: tenemos la mirada puesta en la invasión territorial sobre Ucrania, y así debe ser, pero eso no debe hacernos perder de vista que, mientras, se está librando otra guerra. La tecnológica, la de injerencia política, la de información… las de hoy son guerras totalmente híbridas. Por tanto, si el incremento en defensa de los europeos se justifica, en parte, por el miedo al expansionismo ruso, sería un error que este incremento se destinara sólo a la defensa convencional, porque las amenazas ya no son sólo convencionales. Ahora tienen muchas formas.

También existen amenazas interiores.

— Siempre ha habido extrema derecha y euroescepticismo, pero hasta ahora era un euroescepticismo contenido, incluso en el caso del Brexit, que finalmente no tuvo efecto dominó. Ahora nos encontramos en un momento en el que en el seno de los estados europeos, en casi todos, hay a debate dos recetas antagónicas sobre lo que debe ser Europa. Hasta hace poco, el consenso mayoritario apostaba por profundizar en la integración europea, pero ahora otra propuesta ha tomado fuerza y ​​aglutina cada vez más poder: la Europa de las Naciones. Una Europa transformada desde dentro, donde el poder se devuelva a las capitales, donde Bruselas pierda peso y la Unión actúe sólo en lo estrictamente necesario, por unanimidad y con el mínimo común denominador. Este modelo tiene hoy un apoyo político mucho más amplio: gobierna, apoya o lidera la oposición en varios países, incluida Alemania. Esto supone un reto enorme para el proyecto europeo porque rompe con la idea de una Europa más unida, fuerte y capaz de proyectarse internacionalmente.

Da miedo aún imaginarse una Alemania y Francia, motores de la UE, con la extrema derecha en el gobierno.

— Es un escenario posible y, evidentemente, tendría consecuencias para esta Europa potencia. Europa totalmente disgregada.¿Si no, cuál es la alternativa?, ¿Confiamos en unos Estados cada vez más impredictibles?, ¿Confiamos en China? deciden en las urnas.

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