

Este fin semana hemos vuelto a sentir el vértigo de vivir en un mundo que cuelga de un hilo, con los ataques de Israel a Irán y el asesinato de una congresista demócrata de Minnesota.
Para terminar de completar el cuadro, Trump se ha regalado un desfile militar en Washington. Hacer desfilar a los soldados por delante de la Casa Blanca ha sido una exageración tan gorda como el trazo de sus rotuladores, porque el ejército es un implícito omnipresente en la vida americana. Todavía recuerdo el día en el que el comandante de un avión nos pidió un aplauso para un grupo de soldados que estaban a bordo (y todo el mundo aplaudió), y cómo en los tiempos muertos del baloncesto de la NBA hacían saludar a los soldados heridos en Afganistán para que recibieran la ovación del público.
Un desfile siempre es una demostración de fuerza, y como el mundo sabe de sobras cuál es la fuerza militar más grande, es evidente que Trump ha enseñado las tropas a su pueblo, justo estos días que ha desplegado marines para reprimir manifestaciones. La respuesta ha estado a la altura. Con la demostrada capacidad de saber decirlo todo en un par de monosílabos, los americanos que se han manifestado contra Trump han elegido la expresión "No kings" [Reyes no]. Los americanos son independientes desde el día en el que expulsaron a un rey de su vida, de manera que el filósofo Thomas Paine, cuando le preguntaron dónde estaba el rey en el país recién creado, contestó: "En las monarquías absolutas, el rey es la ley. Pero ahora, en América, la ley es el rey". Cuando la propia presidencia es una fuente de caos, cuando Trump juega a ser rey, lo que pone en riesgo son 250 años sin monarcas caprichosos ni Nerones pirómanos.