16/05/2025
2 min

Estos días muchos alumnos pueden "subir nota" leyendo un libro, elegido por los maestros de literatura. Ana María Matute o Lorca, en castellano; Rodoreda o Moncada, en catalán, por lo que veo.

Leyendo es el verbo que he utilizado, pero no es exacto. Ésta es la pretensión. Lo que hacen los alumnos que –y ya es mucho– quieren subir nota es buscar el audiolibro. Y esto todavía. Se le ponen a velocidad doble, mientras hacen otras cosas, como mirar el móvil. La voz del actor o actriz que lee habla como los mensajes que se envían. Como un títere.

"Es que es muy cursi", te dicen. Y te ponen el ejemplo de algunas metáforas. Evidentemente, fuera de contexto, y sobre todo sin contexto, incluso la mítica metáfora de Rayuela "Nos besábamos como su tuviésemos la boca llena de piezas vivos" parecería una peleringa. La laguna es tan estratosférica que ni siquiera han podido reírse de Sabina.

Se ríen de los libros de la Guerra Civil, pero desde otro lugar, más ligero, que el nuestro. Reír es conocer y en cierto modo amar. Tu burla de las esferificaciones, que conoces y puedes comparar con otras formas de cocinar, no es la suya, tan pasada de moda y cuñada: "Es que te quedas con hambre".

Cogen un libro y no leen su sinopsis. No saben si el autor está vivo o muerto y si la obra pasa ahora o en la época de Ermesenda. Han conocido la diversidad (cosas buenísimas, cosas normales y cosas malísimas) en todos los otros ámbitos: música, comida, series, ropa. Son críticos con todo esto, pero con los libros no. Y repito, una vez más. No lo salvaremos salvo si nos metemos en la cabeza que la única solución entre ellos y nosotros es la lectura en voz alta.

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