Alumnos de bachillerato del Costa Llobera ayer realizando las nuevas PAU.
04/07/2025
4 min

He decidido dejar la enseñanza, después de aproximadamente 27 años dedicándome a ella. Esta decisión nace de una profunda reflexión sobre mi trayectoria como alumno y profesor.

En la universidad, como estudiante de física, el primer año fue muy duro; repetí asignaturas y el esfuerzo de tener que recuperarlas me transformó. Aprendí que el error puede ser el inicio del acierto, lo que contrasta con los mensajes actuales de quienes dirigen la educación, en los que suspender parece un fracaso definitivo. Os diré un secreto que no llega a la sociedad: dentro de la estructura del sistema educativo (y eso raramente lo reconocerá nadie), Inspección Educativa se encarga de presionar a las direcciones de las escuelas, y éstas se encargan de presionar sutilmente a los claustros para que todo el alumnado tenga, como mínimo, un "logro satisfactorio". Esto va bien para las estadísticas de fracaso escolar en España, que la Unión Europea consideraba insostenibles hace un par de décadas. El precio para que todo el mundo supere la secundaria es que la formación del talento, en la mejor de las hipótesis, se retrase.

Cuando cursé el Certificado Pedagógico posterior al título de física, entré sin prejuicios en las nuevas ideas sobre educación. No cuestioné entonces si el término "ciencias de la educación" era ajustado. Ahora sé que una ciencia, para poder llamarse como tal, debe formular hipótesis que, con experimentos, puedan ser validadas o refutadas. Existe mucha complejidad al experimentar con el desarrollo de personas desde los 3 años hasta la adolescencia. Incluso considero que lo que se ha hecho y en algunas escuelas es temerario y comparable a una prueba farmacológica sin consentimiento.

En Escocia, un país donde empiezan a retroceder en innovación pedagógica, alguien dijo que "se cambió algo que funcionaba por algo que sonaba bien". Es difícil dudar de las buenas intenciones de quienes consideran que los alumnos "mueren por aprender", "cada uno tiene su ritmo", "deben ser felices", "no deben competir sino colaborar", etcétera. Pero la realidad es que incluso las pruebas de bajísima exigencia que el propio sistema lleva a cabo muestran que habilidades transversales como la comprensión lectora y las matemáticas van descendiendo desde hace años. Este Sant Jordi, un amigo compró 3 rosas a 4 euros y la chica que le atendió utilizó la calculadora para decirle que eran 12 euros en total. El conocimiento está en la red. La memoria es carca.

La administración política, dejándose llevar por los signos de los tiempos, por la velocidad de la tecnología –que nos hace creer que también la esencia humana es rápidamente cambiante–, ha abrazado una incorporación irresponsable de la tecnología en el aula. Queda patente con cambios contradictorios: hace sólo 10 años nos decían que había que introducir el móvil en clase, y ahora están tímidamente tratando de sacarlo. El ordenador por alumno, con wifi, provoca dispersión, carencia de atención. Esto, sumado a que todo el mundo sabe que acabará aprobando, hace que la educación no se parezca en nada a lo que nos hizo lo que somos. No creo que el siglo XX haya sido un fracaso de conocimiento.

Afortunadamente, los resultados muestran que este pensamiento no es sólo la opinión de alguien nostálgico. Cuando enseño algunos exámenes (con perdón), o pruebas oficiales, a amigos de fuera de mi ya exprofesión, creen que lo que ven es de 3 o 4 años por debajo de lo que es. Si pensara que cambiar la forma de hacer las cosas es bueno para la sociedad seguiría con el trabajo. Lo que no puedo hacer es adaptarme a algo que va contra mis convicciones, porque se dirige hacia una sociedad menos formada, menos crítica, y que, bajo la anestesia de la felicidad, dejará pasar abusos del poder económico.

Cada vez que ha habido un revés para la gran reestructuración educativa que hace décadas que se ha planteado desde la organización de ingeniería social que es la OCDE, sus delegados territoriales (los políticos locales) nunca han encarado la raíz del problema. Me hace pensar en la poca aceptación del sistema copernicano: no puede que la Tierra no sea el centro del Universo. No puede ser que denigrar los contenidos sea malo: lo importante son las "competencias". Pero no puede haber competencia sin contenidos.

Para los profesores que amamos y dominamos nuestras materias, la ocurrencia psicopedagógica de atomizar el conocimiento en "competencias" es una atrocidad. La evaluación que se propone sólo es burocracia, la misma que sufren otros sectores, como la agrícola. Los políticos, tan alejados del día a día, proponen papeleo para resolver problemas. Ni los padres, ni los alumnos, ni los profesores creemos mayoritariamente que esto sirva de nada. El sistema cuenta ya con la poca capacidad de protesta del colectivo docente. Los sindicatos sólo se preocupan por la parte económica. La disidencia se limita a las conversaciones de pasillo y redes sociales.

La última noticia, en Cataluña, es que para revertir los malos resultados en ciencias a las pruebas diagnósticas de 4º ESO se hará formación de pedagogía científica al profesorado. ¿Quién la hará? ¿Unos psicopedagogos que hicieron bachillerato social? ¿Los mismos que dicen que las matemáticas no se entienden si no son directamente aplicables? (Competenciales, dicen.) Son los que dicen que un alumno está más predispuesto a entender un enunciado si en vez de decir "Calcula el área bajo la curva f(x)", dices "Jordi ha heredado un terreno de su abuelo Ramón que sigue la función f(x)". Son alumnos de casi 18 años, y hacen problemas con enunciados estructuralmente similares a "Juana tiene 3 caramelos y Pep le da 4". Por cierto, en otras comunidades autónomas los niños no saben el nombre de los protagonistas del problema y sacan mejores notas.

Un añadido más: Occidente está creando una sociedad poco competitiva frente a otras culturas como las de China, Corea del Sur o la India, donde el esfuerzo es la base de la educación. Allí los alumnos, a costa de su felicidad inmediata, deben esforzarse por alcanzar unos mínimos. Nuestra escuela, en comparación, tiende al esparcimiento. Desde la crisis de 2008 se está produciendo una pérdida de clase media, y no sólo económicamente. La innovación pedagógica, según algunas escuelas privadas, no la tratan. Los experimentos, fuera de casa, no sea que explote algo.

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