Dibujo de Ricard Opisso del juicio por el Complot del Garraf. De izquierda a derecha: Granier Barrera, Civit, Garriga, Cuenta, Ferrer, Julià, Perelló y Argeleguet. Detrás, el juez Fernández Valdés.
09/05/2025
Director adjunto en el ARA
3 min

La Cataluña de 1925, hace un siglo, era un país de contrastes, del Novecentismo ideal a la radicalidad revolucionaria. El tópico funciona: "seny i rauxa" (cordura y arrebato). Este mes de mayo tiene lugar el centenario del intento de atentado contra el rey Alfonso XIII, el Complot del Garraf, y también de la publicación de Les bonhomies, recopilación de artículos periodísticos de Josep Carner en La Veu de Catalunya. Tras el complot estaba la alargada sombra del futuro presidente Macià; detrás del delicioso libro estaba el latido literario del «príncipe de los poetas catalanes». Un príncipe hecho a sí mismo, hijo de clase media de orden: el padre era redactor del rotativo carlista El Correo Catalán. Eran tiempos de la dictadura de Primo de Rivera y cada uno se buscaba zafarse de ella como podía.

Del complot, hace ya tres décadas conocí a uno de los que participó, Emili Granier Barrera (1908-1997), cuando en 1994 publicó sus memorias, Una vida plena (una vida llena). ¡Y tan llena! A los 16 años ya formó parte de ese frustrado regicidio impulsado por independentistas. Militaba a Bandera Negra, dentro del Estat Català de un Macià al que aquellos jóvenes de acción en ese momento veían demasiado pasivo. Se reflejaban en el nacionalismo insurreccional irlandés. Los detuvieron antes de que pudieran tirar la bomba al tren en el que viajaba el monarca. Granier Barrera y los demás pasaron tres años en prisión.

A sus 86 años era un viejito simpático que conservaba el tono impetuoso de la juventud, de cuando se declaraba «socialista, separatista, republicano y ateo». En 1930 abandonó Estat Català y se pasó a la Unió Socialista de Catalunya de Joan Comorera, partido del que llegó a ser secretario general. Fue el primer traductor al catalán del Manifiesto comunista de Marx y Engels. En 1934 participó en los Hechos de Octubre, y de nuevo fue detenido y encarcelado. Al terminar la Guerra Civil se marchó al exilio y en París dirigió el diario clandestino Catalunya y participó en la resistencia francesa. Siguió fiel a Comorera y, cuando éste fue detenido, organizó una campaña internacional para su liberación.  El 1954 se instaló en Venezuela y no retornó a Cataluña hasta 1978, una vez muerto Franco.

El Complot del Garraf retrata bien el espíritu revolucionario y violento de la época, justo después de la Primera Guerra Mundial. Cataluña se había enriquecido con la contienda, pero también se había polarizado, y sufría el régimen dictatorial. Pistoleros a sueldo de la patronal y anarquistas se mataban por las calles de Barcelona: 400 muertos entre 1918 y 1923. El país ardía ideológicamente i culturalmente. Dalmau Editor acaba de reeditar el clássico El complot del Garraf, de Joan Crexell, una obra imprescindible.

Estos días se han celebrado en la Biblioteca de Cataluña unas jornadas para conmemorar el centenario de tres textos carnerinanos. Aparte de Las bonhomías, El corazón quieto y la traducción de Robinson Crusoe. A caballo entre la ternura y la ironía, el de Carner no era un periodismo de hechos ni actualidad. Tenía el gusto por la lengua, elegante, sabroso, detallista... y con carga de profundidad. A menudo volvía hacia la deliciosa prosa poética. En la prensa, el ideólogo de la derecha catalanista era Eugeni d'Ors. Y la pluma de combate político la acabaría ejerciendo Josep Pla al pasarse en 1928 de La Publicitat a La Vveu de Catalunya y ponerse a las órdenes de Cambó. (A la izquierda había muchas plumas literarias, empezando por la de otro poeta, J.V. Foix).

El periodismo de la cotidianidad propio de Carner, con vocación literaria y sin pretensiones políticas explícitas, es un género. A Pla después le serviría para capear el franquismo; Espinàs lo convirtió en una marca propia (todavía ahora, Empar Moliner de vez en cuando nos envía al ARA un artículo con la etiqueta «he hecho un Espinàs»); Calders le puso imaginación. Montserrat Roig, al tiempo que buscaba el latido vital, añadía una pizca de sal y pimienta: feminismo, catalanismo, izquierdismo. Carles Capdevila siguió la estela espinasiana, pero con humor (y filosofía). Hoy el más carneriano es Narcís Comadira.

Un siglo después de aquel convulso 1925, el independentismo ha crecido y se ha hecho no violento. Y el periodismo se ha hecho más prosaico e impaciente: la vida y la historia se han acelerado.

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