BarcelonaHace cien años que Francisco Candel (1925-2007) nacía en Cases Altes, una comarca castellanohablante del País Valencià. Dos años después, vivía en una de las barracas de tierra entablado de la falda de Montjuïc. La familia acabaría trasladándose a las Casas Baratas de Can Tunis, allí Donde la ciudad cambia su número (1957), y después en la Marina, la geografía donde el periodista, escritor y político desarrolló su vida y obra. Candel fue hijo de la primera ola migratoria y fue cronista de la segunda. Los otros catalanes (Edicions 62) fue su libro más destacado –un éxito editorial sin precedentes en 1964, con 30.000 ejemplares vendidos en pocas semanas– y con los años ha terminado casi mitificado como símbolo de la "Catalunya, un solo pueblo", que impulsaría al PSUC, y luego se convertiría en divisa.
Candel "sacó del anonimato a los barrios populares y dio voz a la clase trabajadora sin voz, fuera cual fuese su origen", afirma el historiador Marc Andreu en el prólogo de la nueva edición del libro, con motivo del Año Candel. El espíritu "conciliador, acogedor, respetuoso, fraternal y humano" del escritor –así se definía a sí mismo– lo convertía en una figura óptima para hacer de puente entre los catalanes catalanes y los nuevoscatalanes."El hombre se aclimata y acaba amando la tierra donde vive, sobre todo si esta tierra no le es hostil; y es esa generosidad la que, al fin y al cabo, le vuelve suyo", escribía. tensión que implica un fenómeno migratorio masivo.
Cincuenta años después, el volumen, la composición y la situación económica de la inmigración han cambiado de pies a cabeza. ola migratoria?
Mismos retos, nuevas formas
Osama Damoun Yemlahi (Vilanova y la Geltrú, 1997) es sociólogo y doctorante en el Centro de Estudios Demográficos de Cataluña. Hijo de inmigrantes marroquíes llegados a finales del siglo pasado, estudia hoy justamente el cambio social fruto de la renovación demográfica que ha protagonizado su familia, entre miles de personas. Es evidente, con su trayectoria académica, que él ha cumplido con "ciertas expectativas" de progreso familiar, pero no es tan habitual si piensa en los compañeros de la escuela. En un momento de ralentización del ascensor social, "vienen mal datos para todos, incluso para gente que hace veinte años considerabas de clase media consolidada", admite, pero para los inmigrantes es aún más flagrante, no sólo porque no podrán recibir ninguna herencia, sino por el peligro de "la pigmentocracia: el riesgo de que las condiciones materiales de la inmigración es por la inmigración.
Los problemas que Candel describía en Los otros catalanes persisten con los nuevos inmigrantes (la infravivienda, la pobreza, la desigualdad, las dificultades escolares y de acceso a la lengua) y otros son nuevos (la regularización de la situación legal y la imposibilidad de votar). Para el director creativo Ismael El Gharib (Cardedeu, 2000), el problema de base son "los prejuicios": "Los inmigrantes tenemos unas barreras de vida por nuestro origen, cultura, acento o apellido. Si quiero alquilar un piso, se me descarta. Siempre debemos hacer el doble de esfuerzo para conseguir cualquier cosa". "Catalunya sólo puede contemplar su futuro como colectivo si resuelve la aclimatación de sus nuevos habitantes, situándolos en un plan de igualdad en todos los ámbitos", escribía Candel.
Catalanes y mucho más
Diana Rahmouni (Mataró, 1993) es hija de una catalana y un sirio que vino a estudiar a la universidad huyendo del régimen de Hafiz el Asad. Rahmouni se identifica como una "catalanosiriana herida por la situación de guerra, pérdida y destrucción de la tierra paterna". "Ya no tengo a dónde volver. El barrio antiguo de Alepo no existe y mi familia está refugiada por el mundo", explica, por lo que sus orígenes son "un recuerdo". Los jóvenes hijos de la inmigración rechazan las identidades monolíticas. "La identidad son capas que se mezclan, se sobreponen ya veces incluso chocan. Hay momentos que encajas en un sitio, a veces en el otro, a veces en cabeza", explica El Gharib, que lo vive como "un conflicto interno".
"¿Es Catalunya aquello? –se preguntaba Candel, hablando de los suburbios de Barcelona–. ¿Son catalanes sus habitantes? ¿Nos parece que no. ¿Serán catalanes? Ya no podemos seguir diciendo que no", planteaba el autor, que se negó a titular el libro Nosotros, los inmigrantes como le proponía el editor Max Cahner. Rahmouni propone seguir haciendo evolucionar el título candeliano: "No somos los otros. Elotro parte de una contraposición que dificulta la empatía, por eso se hacen políticas para protegernos de los otros. Yo soy catalana, pero no tengo suficiente con la cultura catalana de toda la vida, que quiero; tengo muchos referentes, y nosotros editamos en catalán, pero estaría incompleta si no bebiera de otras fuentes", afirma.
Rahmouni y Aissata M'ballo han puesto en marcha este año la editorial Jande, que publica voces racializadas y migrantes. Como hacía Candel, se trata de visibilizar la realidad y de visibilizar la realidad hacerlo desde dentro. "Yo, siendo catalanísima y defendiendo la escuela catalana, hasta que no he sido mayor no me he dado cuenta de que no había leído a ningún autor sirio. Creces con unos referentes blancos de discursos canónicos, y eso es matar a una riqueza que ya tenemos aquí y deberíamos amplificar, porque nos aporta cosas", observa. "El catalanito puro es mentira. Todo el mundo tiene una mezcla brutal y las leyes, instituciones y políticas sociales deberían ir en esa dirección", dice la editora. "La pureza de la raza es una pavimento, como lo de la sangre azul. Los vertiginosos tiempos modernos barren muchas cosas, las más estúpidas, en general", escribía Candel.
Identificación con un barrio, un nombre
Ismael Gharib es hijo de padres marroquíes, creció en Blanes y se trasladó al barrio de Candel, la Marina, a los 20 años. Desde aquí ha creado un sello, Views, con el que hace de director creativo y manager de artistas, sobre todo de música urbana. Él ha conectado con la catalanidad desde "lo concreto del día a día: la gastronomía, oír hablar catalán, las tradiciones y el Barça", y también por el sentimiento de pertenencia al barrio, como ya señalaba Candel. "Yo no tenía referentes marroquíes, ni en deporte, ni en cultura. Me he criado en un barrio obrero, rodeado de gente luchadora, que trabaja, que son los referentes para ti y te hacen sentir por el barrio cierto patriotismo, que no sé si es la palabra correcta", reflexiona El Gharib.
Ocurre lo mismo con casos más famosos, como el rapero Morad, que ha afirmado que se siente marroquí y del barrio de la Florida. O el futbolista Lamine Yamal, que se identifica con el barrio de Rocafonda. "La identidad va por capas, además evoluciona, no es fija, y es muy individual. Yo no escuché catalán hasta que hice bachillerato y me socialicé en la universidad", ejemplifica Damoun. Y a pesar de todos los esfuerzos, es el origen étnico o un nombre el que acaba marcando a los hijos de inmigrantes, bien o mal. "Me llamo Osama, he crecido con bromitas y comentarios. Resulta que me pusieron un nombre sencillo y original, fácil de pronunciar, pero cuando tenía cuatro años hubo el 11-S", explica. Ahora bien, ahora en la universidad también ha oído comentarios "impresionados" por haber llegado al doctorado siendo de origen marroquí.
¿Integración? Una relación recíproca
¿De quién es la responsabilidad de hacer "un solo pueblo"? "El discurso neoliberal que individualiza las culpas también se aplica aquí: "Si has venido y no te has integrado es tu responsabilidad", pero no funciona así", apunta Damoun. La integración depende de las condiciones materiales que se dan a los recién llegados (por ejemplo, el permiso de trabajo) ya menudo depende también de la distancia cultural, lingüística y religiosa entre las dos comunidades. Hoy la sociedad está más preparada para ofrecer una mejor acogida de los inmigrantes que en los 60, si bien también hay vientos políticos que soplan a favor del cierre y el rechazo. "La tensión con la inmigración forma parte del colapso del sistema capitalista. Hay un paralelismo muy claro con el cambio climático y la justicia climática. Cada uno está en sus cuatro paredes y no quiere dejar entrar a nadie, pero cuando venga la inundación se lo llevará todo –dice Diana Rahmouni–. de ayudarnos unos a otros y ser conscientes del valor del tejido social, cultural y popular. El activismo es importantísimo porque las instituciones son nuestras y deberían proteger a las personas, no al capital y los lobis", alerta.
"No se trata de integración sino de convivencia, y en eso todos podemos contribuir. Los inmigrantes deben aprender el idioma y adaptarse a unas costumbres, y la gente local debe estar dispuesta a valorar y entender lo que aportan los inmigrantes", afirma El Gharib. Por el mismo camino va Rahmouni, quien habla de "convivencia e intercambio". "Las herramientas de acogida son pocas en relación a los recursos disponibles y necesarios, ya menudo depende de voluntarismo. Hay muchas violencias estructurales, como una niña de ocho años que tenga que interpretar el diagnóstico de la madre porque no son capaces de poner a Alexa en la consulta", ejemplifica Rahmouni.
"La mejora de las expectativas económicas, sociales y culturales es clave –apunta Damoun–. La aceptación social y el arraigo a través de la lengua, poder aprenderla, eso te hace sentir de aquí", defiende el sociólogo. La dramaturga y activista antirracista Denise Duncan (Costa Rica, 1979) añade otra perspectiva, y es la necesidad de ser ciudadanos de pleno derecho y, por tanto, protagonistas activos. "Un problema es que el acceso a la cultura no es universal. Las personas migrantes no son representadas y tampoco son productoras de la cultura, que es la forma en que se conocerían y se valorarían nuestras raíces, historias, realidades y visiones", explica. Son relatos que afectan a muchos ciudadanos, y más teniendo en cuenta cómo se alarga el efecto de la migración: "Si eres hijo de migrantes, heredas su etiqueta, nunca se va. ¿Cuántas generaciones deben pasar?", se pregunta la directora teatral. "Por la crisis se decía «Tal y como han venido, se marcharán todos». Veían la inmigración como objetos pasivos, que están aquí. Pero nosotros queremos ser parte de la sociedad y que mi identificación no sea primero ser hijo de la migración, yo soy catalán. Y tampoco quiero ser una cuota", afirma Osama Damoun. "Estos hijos de no-catalanes han arraigado en esta tierra no-sus-abuelos. Allí arraigaron para siempre. Absorben la savia y dejarán la semilla. Tienen que amarla por fuerza. Hay que admitirlos, a la fuerza": palabra de Paco Candel.
Un centenario con entusiasmo popular (pero no institucional)
El calendario del Año Candel se ha ido salpicando de noticias que mantienen viva la memoria del escritor. En el terreno editorial, las tres novedades han sido la reedición de Els altres catalans (Edicions 62); la revisión de la biografía Candel , de Genís Sinca (Comanegra), y la traducción de Donde la ciudad cambia de nombre a cargo de Gerard Bagué (Libros del Siglo). La Biblioteca Francesc Candel ha organizado unas exitosas rutas por el barrio del escritor que guía a Genís Sinca y que sirven para desgranar su vida y obra. "Reivindico una figura absolutamente única, con una obra literaria muy importante y con una dimensión social muy destacada: es alguien que vive en una chabola y acaba teniendo una biblioteca a su nombre", remarca Sinca. Él ha bautizado el tono conciliador del autor como "la solución Candel, esto es empatía y dignidad". Hasta San Juan estará en la Zona Franca, en el Distrito Administrativo, la exposición del Memorial Democrático Paco Candel y los demás. Un retrato literario de la inmigración en Cataluña , que más adelante hará gira.
Desde la sociedad civil se han promovido el grueso de las actividades del Año, con presentaciones y charlas, como la de la Universidad Progresista de Verano de Cataluña, que analizó su legado político y cultural. El último acto y el más ceremonial ha tenido lugar esta semana en el Parlament, con el presidente de la cámara, Josep Rull, y la consejera de Derechos Sociales, Mònica Martínez Bravo, un acto impulsado por la Fundación Paco Candel, Òmnium Cultural y el Ateneu Barcelonès, no por el gobierno catalán, que no ha sabido precisar a Can. La curiosidad es que el comisario del Año Candel no asistió porque presentaba el libro en Ripoll. Genís Sinca, que fue nombrado coordinador del Año Candel por el anterior Govern, afirma que no ha recibido ninguna directriz, ni apoyo institucional ni económico para montar el Año Candel, y hace divulgación de forma individual: "El actual Gobierno no quiere celebrar el Año Candel, no hay mucho entusiasmo institucional al rememorar su figura, y no lo critico." Sí que han puesto el nombre de Candel en un vagón de los Ferrocarrils, como es tradición por Sant Jordi. En cambio, se rechazó una gran exposición en el Palau Robert.
La hija, Maria Candel, también ha echado de menos "un programa de actos del Año" y atribuye la situación al cambio de Gobierno. Ella celebra la "buena predisposición" de quienes se suman: "Es lo que tiene el padre de bueno, que es muy popular". Por su parte, sigue impulsando la creación de una casa-museo en el piso donde su padre escribió Los otros catalanes : "De momento ninguna institución se hace cargo, pero es una idea madura y conocida, que espero que en algún momento pueda ser realidad. Estaría bien que hubiera la casa-museo de Verdaguer [la Vil·la Joana] y, a la otra, por la otra". Maria mantiene vivo el recuerdo de Candel con muchos espacios, como la biblioteca, una escuela en Hospitalet de Llobregat, un mural y una calle, y ella espera que se museice el piso familiar, conservado hasta ahora tal y como era en la década de los 60, aún con la máquina de escribir en su sitio.