¿Por qué pierden público los museos británicos?
Los problemas financieros de algunas instituciones cuestionan la gratuidad universal para ver sus colecciones permanentes


LondresA menos de un mes para que se cumpla el 25 aniversario de la inauguración de la Tate Modern –el 12 de mayo–, la institución atraviesa unos momentos difíciles. Los síntomas son claros: pérdida progresiva de visitantes en los últimos cinco años –la cóvido, sin duda, influyó en el inicio del declive–, déficit presupuestario que ha obligado este 2025 a hacer uso de las reservas, recortes de personal –40 despidos desde enero– y conversaciones con el gobierno, del que depende la situación.
Y, aun así, la Tate Modern se ha convertido en este cuarto de siglo en un espacio icónico que ha logrado no sólo cambiar la imagen de los museos de la capital británica sino que ha reequilibrado la ciudad a ambos lados del río. Rápidamente, el edificio de la antigua central eléctrica de Bankside –por su intervención– se situó junto a la relevancia del MoMA de Nueva York o del Pompidou de París, y la gran rampa de acceso al llamado Hall de la Turbina hizo posible una entrada en el arte que favorecía su desafío.
El éxito inicial sorprendió a la misma dirección, que esperaba dos millones de visitas en el 2000 y tuvo cuatro. En 2007 superó ya los cinco, y los seis millones de visitantes se alcanzaron en 2019. Desde entonces ha habido un progresivo descenso: en 2023, pasaron 4,74 millones de personas por la Tate, y en 2024, 4,60 millones. En total, el grupo de museos Tate (Britain, también en Londres; St. Ives, en Cornualles, y Liverpool) ha perdido 2,2 millones de asistentes desde 2019.
En el caso concreto de la Tate Modern, una de las razones que han apuntado a los especialistas es la fuerte dependencia de los visitantes mucho los niveles prepandemia, y también la excepcionalidad de 2019, cuando se alcanzó la cifra récord de 6,09 millones de visitantes.
Si bien instituciones como el Museo Británico, el Museo de Historia Natural y otros han crecido modestamente en asistentes en 2024 en relación al año anterior, otros centros de referencia en Londres y en el resto del país tienen problemas tanto para atraer al público como para mantener unas finanzas equilibradas. Royal Academy of Arts, por ejemplo, enfrenta una situación crítica, atrapada en una tormenta perfecta de problemas económicos. El número de visitantes se mantiene muy por debajo de los niveles previos a la pandemia, con una caída a 622.000 en 2024 desde los 1,25 millones de 2019 o de los 709.000 de 2023. Mientras, los costes aumentan y los ingresos disminuyen. Y el déficit actual es de 7,1 millones de libras. En estos momentos, la dirección busca cómo deshacerse de sesenta trabajadores.
La Asociación de Museos ha informado que más de 4.000 puestos de trabajo entre sus miembros se han perdido en la década y pico del 2010-21, con la pandemia como gota que colmó el vaso. En total, el 63% de los centros británicos han reducido personal en este período. En 2020, el primero de la pandemia, se perdieron mil millones de libras en ingresos.
Debate ideológico y económico
Aparte de la covid, algunas especialistas han apuntado razones más ideológicas. Por ejemplo, la coreógrafa y ensayista Rosie Kay ha publicado esta misma semana en la prensa británica un breve ensayo en el que apunta que la cultura militante de los responsables y de los curadores de los museos –lo que peyorativamente la derecha ultra llama woke– ha alejado a los visitantes. "Se ha producido un cambio ideológico más amplio en el mundo de las artes, en el que los museos son cada vez más utilizados como plataformas de activismo en lugar de centros de exploración artística e histórica. Todo se ve ahora a través de una lente política: cambio climático, descolonización, cuestiones trans, diversidad, equidad e inclusión", escribía.
Un ejemplo de esta crítica es la que ponía Kay al referirse a la exposición del 2021 en la Tate Britain sobre el pintor William Hogarth y su relación con Europa. Un comentario junto a un autorretrato sugería que la silla donde se sentaba el pintor, posiblemente hecha con madera colonial, podría "representar a todas aquellas personas negras y de piel oscura innominadas que hacían posible la sociedad que sostenía su vigorosa creatividad".
Otra exposición que recibió críticas similares fue Entangled Pasts 1768-now. Arte, colonialismo and change en la Royal Academy of Arts el pasado año. La muestra exploraba la misma historia de la institución y le hacía una lectura crítica relacionada con el pasado colonial y cómo se había beneficiado de ello.
De acuerdo con la coreógrafa y ensayista, "los responsables políticos comienzan a percibir los museos como desconectados de la realidad". Y remachaba: "Si las instituciones se adentran demasiado en el activismo en detrimento de las exposiciones atractivas, ofrecen una victoria fácil a quienes quieren recortar completamente los presupuestos culturales". De hecho, una afirmación que aceptaba una forma de censura.
En medio del debate sobre el declive de asistencia y los problemas financieros de algunas de las grandes instituciones del país, y de muchos pequeños museos, para remediar la falta de dinero, y garantizar la independencia de las programaciones de posibles presiones políticas, el director del Victoria & Albert Museum, Tristram Hunt, publicaba hace unas semanas un artículo en Financial Times en el que pedía que "en tanto que necesitemos el dinero", que se cobrara la entrada a los "turistas internacionales" para ayudar a satisfacer los gastos cada vez más crecientes del sector. National Gallery de Trafalgar Square— es gratis para todos, tanto residentes como turistas.
Hunt ponía el ejemplo de Francia, que prevé aumentar las tarifas de entrada al Museo del Louvre para los visitantes de fuera de la Unión Europea a partir de 2026. Con este dinero, la dirección espera recaudar los entre 700 y 800 millones de euros para un nuevo acceso al ala este, Grande Galerie de pintura italiana y, lo más destacado, para reubicar la Mona Lisa.